María IV

Jesucristo, al que ella ha llevado en sus brazos, calentado en su seno, amamantado a sus pechos, alejado los dolores con los cuidados que le prodigaba ¿podría negarle algo? No, hijos míos. Y le ha concedido también obtener todo lo que pida, cumplir todo lo que quiera, ha puesto, en cierto modo, entre sus manos las llaves del reino celeste y todos aquellos, que aquí abajo han sido imitadores de sus virtudes, pueden estar seguros que ella no permitirá que perezcan, sino que les conducirá a través de las olas de la vida al puerto de la inmortal felicidad (S II p 964)

María, tú que velas junto a mí,
y ves el fuego de mi inquietud.
María, madre, enséñame a vivir
con ritmo alegre de juventud.

Ven, Señora a nuestra soledad,
ven, a nuestro corazón,
a tantas esperanzas que se han muerto,
a nuestro caminar sin ilusión.
Ven y danos la alegría
que nace de la fe y del amor,
el gozo de las almas que confían
en medio del esfuerzo y el dolor.

Ven y danos la esperanza
para sonreír en la aflicción
la mano que del suelo nos levanta,
la gracia de la paz en el perdón.
Ven y danos confianza,
sonrisa que en tu pena floreció,
sabiendo que en la duda y las tormentas
jamás nos abandona nuestro Dios.

Antífona 1
La más tierna devoción a la Santísima Virgen es recomendada muy especialmente a los Hermanos misioneros.

Salmo 148
Alabanza del Dios creador

Alaben al Señor en el cielo,
alaben al Señor en lo alto.
Alábenlo, todos sus ángeles;
alábenlo todos sus ejércitos.

Alábenlo, sol y luna;
alábenlo, estrellas lucientes.
Alábenlo, espacios celestes
y aguas que cuelgan en el cielo.

Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.
Les dio consistencia perpetua
y una ley que no pasará.

Alaben al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar,
rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes,

montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros,
fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.

Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,

alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra;
él acrece el vigor de su pueblo.

Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1
La más tierna devoción a la Santísima Virgen es recomendada muy especialmente a los Hermanos misioneros.


Antífona 2
Recurran a la Santísima Virgen a menudo, como a su Madre y esfuércense en imitar sus virtudes.

Salmo 112
Alabado sea el nombre de Dios 

Alaben, siervos del Señor, 
alaben el nombre del Señor. 
Bendito sea el nombre del Señor, 
ahora y por siempre: 
de la salida del sol hasta su ocaso, 
alabado sea el nombre del Señor. 

El Señor se eleva sobre todos los pueblos, 
su gloria sobre los cielos. 
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, 
que se eleva en su trono 
y se abaja para mirar 
al cielo y a la tierra? 

Levanta del polvo al desvalido, 
alza de la basura al pobre, 
para sentarlo con los príncipes, 
los príncipes de su pueblo; 
a la estéril le da un puesto en la casa, 
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2
Recurran a la Santísima Virgen a menudo, como a su Madre y esfuércense en imitar sus virtudes.


Almas piadosas, todos ustedes hermanos míos, desean saber por qué María dice que el Señor ha mirado la humildad de su sierva (replexit humilitatem ancillae suae). ¡Palabra admirable! ¡Palabra profunda y verdaderamente sublime! En dos palabras, he ahí todo el Evangelio.
No, no son solamente los privilegios de María y las gracias extraordinarias que ella ha recibido las que han atraído sobre ella la mirada favorable de Dios. Pero ella es bienaventurada porque fue dulce y humilde de corazón: respexit humilitatem ancillae suae (el Señor ha mirado la humildad de su sierva).
Ella ha caminado por las vías sencillas y comunes, ella perseveraba, nos dice la Escritura, ella perseveraba en la oración con las otras mujeres, no hacía nada que pudiese distinguirla de las otras.
No vemos en su vida ninguna acción extraordinaria, todo acontece entre ella y Dios. No busca más que ocultarse a los ojos de los hombres, abajarse, humillarse, y eso es lo que asegura para siempre su dicha: respexit humilitatem ancillae suae (el Señor ha mirado la humildad de su sierva) (S 72 Fi 471).

Antífona
Hijos míos, digamos como María cuando llevaba a Jesucristo en sus castas entrañas: ‘El Todopoderoso ha hecho grandes cosas por nosotros’, y no dejemos nunca de testimoniarle nuestro reconocimiento.


Yo canto al Señor porque es grande,
me alegro en el Dios que me salva.
Feliz me dirán las naciones,
en mí descansó su mirada.

Unidos a todos los pueblos
cantamos al Dios que nos salva.

Él hizo en mí obras grandes,
su amor es más fuerte que el tiempo:
Triunfó sobre el mal de este mundo,
derriba a los hombres soberbios.

No quiere el poder de unos pocos,
del polvo a los hombres levanta,
dio pan a los hombres hambrientos,
dejando a los ricos sin nada.

Libera a todos los hombres,
cumpliendo la eterna promesa
que hizo en favor de su pueblo:
los pueblos de toda la tierra.

Antífona
Hijos míos, digamos como María cuando llevaba a Jesucristo en sus castas entrañas: ‘El Todopoderoso ha hecho grandes cosas por nosotros’, y no dejemos nunca de testimoniarle nuestro reconocimiento.

A cada intención respondemos:

Señor, mira nuestra pequeñez

-. Señor, no siempre vivimos el seguimiento con alegría y gozo.

-. Señor, muchas veces nuestro testimonio de vida deja mucho que desear y aleja a otros de ti.

-. Señor, que la Familia Menesiana se preocupe más por crecer en identidad que en número.

-. Señor, que miremos a los niños y jóvenes que nos confías como tesoros que tenemos que cuidar y conducir a ti.

-. Señor, mira la mies, es mucha y para que esta no se pierda hacen falta obreros, envíalos a tu Iglesia.

-. Señor, que como María nos alegremos no de nuestros éxitos, sino de nuestra pequeñez.

Padre bueno, ayúdanos a ser siempre fieles a los lazos sagrados por los cuales nos unimos a María como a nuestra Reina y a nuestra Madre. Que en nuestra última hora podamos renovar esta humilde muestra de amor, ya que hemos intentado vivir como uno de sus hijos queridos. Por Jesucristo tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN FINAL A MARÍA

Oh, María, Virgen madre del Verbo encarnado,
acuérdate que eres también la madre de aquellos
que él se ha dignado llamar sus hermanos.
Tiéndeles tu mano misericordiosa y maternal,
escucha los suspiros de estos pobres exiliados
que gimen y lloran en este valle de miserias
y después de este exilio muéstrales a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
Oh clemente, oh dulce, oh tierna Virgen María
(S 72 Fi 380)