Santos Felipe y Santiago  

1822 – Muere el H. Yves Le Fichant, primer Hermano muerto en la Congregación.

Señor, que has dicho:
Dejen que los niños vengan a Mí.
Tú me has inspirado el deseo
de dedicar mi vida
a los niños y jóvenes
para llevarlos a Ti.
Dígnate bendecir mi vocación,
asísteme en mis trabajos de hoy,
derrama sobre mí,
sobre todos mis hermanos
y sobre todos los que trabajamos
en esta obra educativa,
el espíritu de fortaleza,
de caridad y de humildad,
para que nada nos aparte
de tu servicio.
Haz que hoy cumpla con celo
el ministerio educativo
al que nos has consagrado.
Hazme perseverar hasta el fin
para alcanzar así
la salvación que nos
has prometido. Amén

  • Por la Iglesia de Montevideo, cuyos patronos son Felipe y Santiago.
  • Por la familia menesiana del colegio Sagrado Corazón de Llay-Llay.
  • Por la comunidad de Rubaga (Uganda) y la de Redon (Francia)
  • Por las misiones en todo el mundo.

Los Hermanos que viven en el extranjero tratan constantemente de adaptar su estilo de vida, sus formas de actuar y sus obras educativas a las condiciones de los países en que trabajan. Evitan todo nacionalismo y se integran, en lo posible, en el pueblo que los acoge.

Oh María, dirige con bondad maternal, a través de los peligros que los amenazan a todos los miembros de esta Congregación de la que tú eres patrona.

1968: Martín Eyhérabide (Ángel). Nació en Macaye (B.P.) en 1900. Murió en Jersey.
1970: Eugène Lorand (Anaclet)
1986: Francis Launay (Christophe)
1988: Charles-André Yergeau (Libère-Marie)
1992: Pierre Ollivier (Gabriel-Alain)
2019: Orphir Bergeron (Ubald)

Ivo le Fichant fue uno de los tres primeros jóvenes recibidos por el P. de la Mennais en su casa de la calle Notre-Dame de Saint-Brieuc. Se los había enviado un sacerdote amigo, párroco de un pueblo vecino. Pronto se sumaron otros más. En ellos pensaría Juan María cuando en 1857 escribe en una circular sobre “ese pequeño grano de mostaza que he enterrado en tierra hace cuarenta años, sin tener muy claro que ocurriría”.

El H. Ivo fue quien abrió la escuela de Guingamp en septiembre del 20. Juan María lo recuerda así:
Habiéndome obligado las circunstancias a abrir una escuela en Guingamp, sin que pudiese dejar pasar más tiempo, lo escogí para dirigirla, aunque su instrucción estaba recién empezando; otro, menos humilde que él, hubiera temido no tener suficientes talentos para enseñar en una ciudad donde era necesario, por otra parte, luchar contra otra escuela poderosamente protegida; el buen hermano Ivo puso en Dios toda su confianza, y no quedó defraudado.
Me acuerdo que cuando llegamos juntos para abrir las clases, lo miraban con una especie de piedad; su apariencia exterior era desagradable, hablaba mal el francés. Lo juzgaban sólo por sus cualidades exteriores; no creía que pudiese tener éxito alguno. Pero este pobre hermano, del que se tenía una imagen tan pobre, estaba sin embargo lleno de cualidades, poseía en el más alto grado el espíritu de su estado, era un santo y Dios bendijo sus trabajos de una manera extraordinaria. Cada día la escuela aumentaba, los progresos de los niños era rápidos, querían al buen hermano que los amaba y los atraía por su dulzura; dóciles a sus consejos, lo escuchaban con respeto religioso, se corregían, de modo que al cabo de algunos meses, todos los habitantes de la ciudad cantaban sus alabanzas. Pero él, sordo al ruido de la gloria, no pensaba más que en agradecer al Señor sus favores y redoblaba su caridad hacia los demás…” (Elogio fúnebre del H. Ivo)

El 3 de mayo de 1822 moría en Guingamp. Juan María avisaba a los hermanos este triste suceso:
Les anuncio con gran dolor la muerte de nuestro querido hermano Ivo, quien murió en Guingamp, el 3 de este mes; ha estado enfermo por cerca de cuatro semanas. Sufrió con admirable paciencia y resignación; y por un espacio de tiempo tan largo, dio los ejemplos más edificantes a todos los que lo rodeaban. Fui a verlo hace aproximadamente una quincena: aunque ya estaba en un estado muy deplorable, cuidaba a sus niños como si los hubiera tenido a su alrededor. Me informó sobre su conducta y el progreso que habían logrado desde mi último viaje. Incluso me pidió que me interesara por varios que estaban a punto de tomar una decisión. Cuando me habló de la piedad que mostraban la mayoría de sus alumnos, su corazón se conmovió: ¡Qué alegría! me dijo, ¡ver renacer la religión así! Estos niños leen y meditan diariamente como religiosos. Este buen hermano tenía, de hecho, un talento muy especial para acercar a sus alumnos a Dios y para comunicarles los sentimientos con los que estaba tan profundamente penetrado; también se distinguía por un gran apego a nuestras santas reglas.