San Damián de Molokai – San Juan de Ávila

Hechos 18, 9-18
Salmo 46, 2-7

Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará.
Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.
También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.
Aquel día no me harán más preguntas.
Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre.

Señor, creo en Ti, espero y confío en tu gran misericordia y amor, por eso te suplico que esta oración me lleve a descubrir tu providencia en todos los sucesos de mi vida.

Nuestra historia, aunque marcada a menudo por el dolor, las inseguridades y momentos de crisis, es una historia de salvación y de «restablecimiento de la suerte». En Jesús termina nuestro exilio, toda lágrima se enjuga, en el misterio de su Cruz, de la muerte transformada en vida, como el grano de trigo que se destruye en la tierra y se convierte en espiga. (Benedicto XVI, 13 de octubre de 2011)

¡Cuánta alegría siente una familia al recibir un nuevo miembro! Es una alegría que llena el alma, pero, ¿cuánto dolor se tuvo que sufrir? Mucho dolor durante algunos minutos u horas, pero ese dolor se ha transformado en todos en una alegría inmensa. Así es la vida del hombre, los dolores siempre preceden a las alegrías, y a veces es al revés. Nunca hay un estado perpetuo de alegría o de dolor, siempre habrá una luz de esperanza en las noches de más grande inquietud.

Cristo nos quiere prevenir en este pasaje que no estaremos solos por mucho tiempo, sino que siempre lo tendremos a Él cerca, y así nuestro dolor por la separación se transformará en alegría cuando lo veamos de nuevo. No perdamos la esperanza, Cristo siempre regresará, aunque no lo veamos. Pidámosle la gracia de darnos mayor confianza en su palabra, y así esperarle con alegría.

Señor, lo que hace triunfar el mal es la desconfianza, el abatimiento ante los problemas, olvidando que Tú eres el Creador, el Dueño y Señor de la vida. Por eso puedo vivir la alegría en el dolor, porque por la fe y la esperanza, sé que todo tiene un sentido y que Tú nunca me dejas en el sufrimiento, y el mal y la injusticia nunca tienen la última palabra.
¡Gracias, Padre bueno, por la fidelidad de tu amor!


MÁXIMA
Nuestra tristeza se convertirá en alegría


¡Y tú, también, lo ves todo negro! ¿Para qué sirve eso? Si juzgamos el futuro con nuestros miedos, es seguro que los males no acabarán, y que una nueva catástrofe nos amenaza de nuevo. ¿No es mejor cerrar los ojos y dormir un dulce sueño de fe, de amor, de confianza en la Providencia, antes de atormentarnos con conjeturas funestas? (ATC I p. 70)

Mensajeros de esperanza
que te ayudan a vivir,
que te dicen que Dios vive
muy cerca de ti.

Caminando por ahí
muchas veces me perdí.
Pero llegaste y me dijiste
que tú caminas junto a mí.

Cuando te conté mi error
tu silencio me mostró
que no me amas por lo que hago,
sino por lo que soy.


Jozef de Veusterel, más conocido como DAMIÁN DE MOLOKAI(1840-1889) fue un misionero belga, miembro de la congregación de los Sagrados Corazones, enviado a Hawai como misionero. Allí, frente a la proliferación de la lepra, habían establecido una isla, Molokai, como lugar de reclusión de los leprosos. Se los proveía de alimentos y demás suministros, pero pocos cuidados médicos, porque nadie quería ir allí. También necesitaban ayuda espiritual y el padre Damián se ofreció para vivir en la isla. El obispo lo autorizó sabiendo que era una sentencia de muerte. Bajo su liderazgo las leyes básicas se restablecieron y se volvió a trabajar en las granjas. Su decisión conmovió a muchos que enviaron de Estados Unidos y Europa cantidad de dinero, ropas, medicina y suministros varios, que Damián utilizó para sus feligreses, brindándoles una mejor calidad de vida. Como era de esperar, terminó contagiado de lepra, muriendo a los 49 años de edad. Fue canonizado por el papa Benedicto XVI en el año 2009. 
JUAN DE ÁVILA fue un sacerdote español del siglo XVI. Quería ser misionero en América, pero su obispo le dijo que predicara en las ’Indias’ del Mediodía de España. Denunciado a la Inquisición, pasó un año en la cárcel. Fue gran misionero y predicador. Lo comparaban con san Pablo. También se dedicó a fundar centros de estudios en todas las ciudades donde predicaba.