Beato Mamerto Esquiú

Hechos 18, 23-28
Salmo 46, 2-3. 8-10

Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre.
Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre.
Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta.
Les he dicho todo esto por medio de parábolas.
Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre.
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios.
Salí del Padre y vine al mundo.
Ahora dejo el mundo y voy al Padre.

Después del gran descubrimiento de Jesucristo -nuestra vida, camino y verdad- entrando en el terreno de la fe, en «la tierra de la Fe», encontramos a menudo una vida oscura, dura, difícil, una siembra con lágrimas, pero seguros de que la luz de Cristo, al final, nos dará una gran cosecha. Debemos aprender esto también en las noches oscuras. No olvidar que la luz está, que Dios ya está en medio de nuestras vidas y que podemos sembrar con la gran confianza que el «sí» de Dios es más fuerte que todos nosotros.

Es importante no perder este recuerdo de la presencia de Dios en nuestra vida, esta alegría profunda de que Dios ha entrado en nuestra vida, liberándonos. Es la gratitud por el descubrimiento de Jesucristo, que ha venido a nosotros. Y esta gratitud se transforma en esperanza; es estrella de la esperanza que nos da la confianza. Es la luz porque los dolores de la siembra son el inicio de la nueva vida, de la grande y definitiva alegría de Dios, (Benedicto XVI, 13 de octubre de 2011)

Pidamos al Señor que nuestra oración siempre tenga esa raíz de fe; pidamos la gracia de la fe. La fe es un don y no se aprende en los libros. Un don del Señor que se debe pedir. Dame la fe. Creo, Señor, ayuda mi poca fe. Por ello, debemos pedir al Señor la gracia de rezar con fe, de estar seguros que cada cosa que pedimos a Él nos será dada, con esa seguridad que nos da la fe. Y esta es nuestra victoria: nuestra fe. (Homilía de S.S. Francisco, 14 de enero de 2016).


Sean hombres de fe y vencerán al mundo. (Sermón sobre los motivos de desaliento)                           

Cuando el futuro veas incierto
y el temor debilite tu confianza,
recuerda que Dios está presente,
que nada escapa a su mirada.

El universo entero está en sus manos.
Nada sucede sin que Él lo sepa.
Aun los dolores Él los permite
para mayor bien de los que ama.

Aleja el temor,
grandes milagros hizo el Señor.
Ya venció a la muerte.
¡Resucitó!
Aleja el temor,
eleva tu mirada.
Tu guardián nunca duerme.
Tus pasos sostendrá.

Cuándo preocupaciones tengas
y los vientos arrecien con fuerza,
eleva tu mirada al cielo,
pide con fe que Dios siempre
te escucha.

Que nada la paz te quite,
porqué el Señor camina contigo.
De su poder no dudes nunca.
Mantente en pie siempre ante la lucha.


Mamerto de la Ascensión Esquiú (1826 – 1883) fue un fraile y obispo argentino, políticamente relevante por su encendida defensa de la Constitución Argentina de 1853. Ingresó al noviciado del convento franciscano catamarqueño en 1836 y al cumplir 22 años se ordenó sacerdote. Desde joven dictó cátedra de filosofía y teología en la escuela del convento; también se dedicó fervientemente a la educación siendo maestro de niños, a lo cual dedicó mucho entusiasmo, además de fervorosas homilías. Cuando se redactó la Constitución del país, muy discutida, pronunció un discurso en favor de la misma, que se difundió a todo el país y convenció a muchos que dudaban de la conveniencia de la misma. Más adelante residió en Bolivia y Perú. En 1880 fue consagrado obispo de Córdoba. Falleció en 1883 y fue beatificado por el papa Francisco en el año 2021.