San Juan I

Liturgia de las horas: Rezamos con el tema MARÍA II


Hechos 28, 16-20. 30-31
Salmo 10, 4-5

Jesús le anunció a Pedro con qué muerte debía glorificar a Dios.
Y después de hablar así, le dijo: Sígueme.
Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te va a entregar?
Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: Señor, ¿y qué será de este?
Jesús le respondió: Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué importa? Tú sígueme.
Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: “El no morirá”, sino: “Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?”
Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
Jesús hizo también muchas otras cosas.
Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.

Reflexionamos el capítulo 17 de San Juan, preparándonos para recibir en nosotros el don del Espíritu Santo, Espíritu de amor que recorre como eje todo su evangelio.

Este texto es el final de su evangelio en el cual el evangelista relata que Jesús predice la forma en que Pedro, cabeza de la Iglesia, va a glorificar a Dios: con el martirio.

La Gloria que el Padre le dio al Hijo, éste se la dio a sus discípulos. La partida de Pedro, como también de los discípulos, es un glorificar a Dios para manifestar su amor. Pedro, después de conocer el amor de Jesús por medio del perdón, es llamado por él a seguirlo hasta el martirio. En lugar de responder al llamado, mira hacia atrás, y al ver a Juan le pregunta a Jesús, y ¿qué será de éste? “Tú sígueme”, es la respuesta de Jesús.

Pedro sigue a Jesús, pero ese seguimiento no lo realiza solo sino con otro discípulo de Jesús, el evangelista Juan, que sigue sus pasos, es decir en comunidad. Seguir a quien se ama es estar con él y ser como él porque el amor tiende a la unión con el amado. Aparecen aquí las dimensiones personal y comunitaria de la respuesta vocacional al seguimiento de Jesús.

El final del evangelio está recorrido por las figuras de Juan y Pedro: el discípulo amado, ha experimentado el amor de Aquél que es vida de todo lo que existe, y conocerlo a Él es vida eterna. El amor es un testimonio de la venida al mundo de ese Dios que es Amor (1 Jn 4,16b). El otro es figura de la fe, de la esperanza, de la peregrinación, de la lucha…

Estas figuras nos recuerdan dos dimensiones que también encontramos en cada uno de nosotros, que somos peregrinos sobre la tierra y ciudadanos del cielo. Quien olvida que es ciudadano del cielo ya no es peregrino y quien olvida que es peregrino descuida el amor fraterno.


Sigue muy firme en tu vocación y no escuches los consejos de los que tratan de desviarte de ella: no basta con haber comenzado bien, hay que perseverar hasta el fin para obtener la corona. Ruega a la Santísima Virgen, pídele mucho desde el fondo del alma, que muestre hoy más que nunca que es tu buena madre, preservándote de toda inconstancia. (Al H. Eleazar, 25 de julio de 1848)

Mira Jesús, yo te traigo una gran inquietud.
¿Qué debo hacer? Nuestro mundo sufre esclavitud.
Le falta paz y en muchos no hay esperanza.
Dime Señor, ¿cómo puedo sembrar más amor?

Sígueme, soy Camino, única ruta a seguir.
Sígueme, soy la vida, que con amor debes compartir.

Oigo tu voz en la calma de mi oración;
oigo tu voz, en el pobre que me pide pan.
Desde tu cruz, Tú me pides mayor compromiso.
Dime, Señor, ¿cómo puedo sembrar más amor?

Yo, como Tú, buscaré dar más que recibir.
No hay amor, sin sufrir, sin luchar, sin servir.
Mas si a tu amor, olvidando, lo pierdo de vista,
Grita, Señor, aún más fuerte que te pueda oír.