Visitación de la Virgen María

Sofonías 3, 14-18 o Romanos 12, 9-16
Isaías 12, 2-6

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.
María dijo entonces:
Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Junto al ángel Gabriel, contemplamos a María. Escuchamos el diálogo. Miramos a María y la contemplamos llena de gracia, habitada por el Espíritu de Dios. Percibimos su turbación. Rumiamos sobre todo sus palabras humildes y sencillas. Y nos quedamos con ella, una vez que se ha marchado el ángel para contemplar el resplandor de su fe, de su amor y de su confianza en el Señor, y para hacer nuestro su “fiat”.

El Dios que eligió a María virgen para alumbrar al Salvador, sigue llamando a personas dispuestas a encarnar su voluntad y a continuar su obra, el Reino de Dios. Él me llama a seguirle, a acoger el evangelio de la gracia y del amor, y a anunciarlo.

– Doy gracias al Señor por la vocación y elección de María; y le doy gracias también por mi vocación y por la misión que me confía.
– Agradezco la inmensa confianza que Dios deposita en mí, el inmenso amor que me tiene y mantiene a pesar de mi infidelidad, de mis dudas.
– Le pido que me enseñe y ayude a creer y confiar, como María; que me de fuerzas para fiarme de Él también en los momentos de oscuridad, cuando todo parece imposible.


MÁXIMA
María siempre está atenta a nuestras necesidades


Es necesario que sean como María, los siervos del Señor, para que las palabras de vida, las promesas de gloria y de misericordia se cumplan en ustedes, para que se haga según su palabra.

Llevo dentro la esperanza deseada,
que me inunda, que me envuelve,
que me llama.
Soy pequeña, soy sencilla,
soy la esclava,
pero sé que tengo todo y no soy nada.

Llevo dentro de mí al que me hace feliz
y dichosa me han de llamar.
Soy aquella mujer que esperaba Israel,
porque he dicho que sí va a nacer
la Palabra.

No recuerdo cómo fue y, aunque espantada,
hoy me alegro y sonrío confiada.
Cuando el ángel me dejó yo temblaba
de esperanza, de ilusión desconcertada.
Pero pronto sentí que aquel que late por mí
me empujaba a llevarle a Isabel el aliento de Dios.
Con su sombra me cubrió
y ahora tengo que irme de aquí a la montaña.

Todo queda como ayer pero en mi alma
un amor desconocido me embriaga.
Siempre he amado lo que soy
y me humillaba
escondida tras las rejas de mi casa.

Pero Dios se fijó en aquella humillación
y con todo su poder me levantó.
Yo quería pasar  oculta de los demás
y ahora veo la esperanza florecer en mis entrañas.

Llevo dentro la esperanza deseada,
que me inunda, que me envuelve,
que me llama.
Soy pequeña, soy sencilla,
soy la esclava,
pero sé que tengo todo y no soy nada.