Consagración

Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. No puedo expresar mejor los sentimientos que me inspira la ceremonia que nos reúne, que repitiendo estas bellas palabras que resonaron en el cielo cuando Jesús apareció sobre la tierra (…) A su ejemplo se presentan hoy a los pies del santo altar para ofrecerse al Señor en holocausto, y el precio de su sacrificio será una serena felicidad, que Jesucristo ha prometido a aquellos que dejan todo para seguirle. Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Sermón VII, p. 2167)

Lo he ofrecido todo a Dios con alegría:
mi fortuna, mi tiempo, mi libertad,
mi reputación, mi cuerpo, mi alma, mi vida;
se lo he dado todo, sí, todo sin excepción.
¡Que Él disponga de mí según su beneplácito!
No tengo ya otro pensamiento ni otro deseo
que el de contribuir a su gloria,
en la medida de mis medios y de mis fuerzas.

Confiados en tu misericordia
nos acercamos a ti, Señor,
para ofrecerte de nuevo la vida,
para entregarte nuestra voluntad.

Venimos con María, nuestra Madre,
en la presencia de tus santos, Señor.
Venimos a cantar tu infinita bondad,
el triunfo de tu gracia, nuestra libertad.

Con tu amor y gracia, Señor, caminaremos.
Cielo nuevo, nueva canción, proclamaremos.
Funde a fuego nuestra misión,
lánzanos a la aventura;
manos que parten pan, consagrado el andar.

Eterno Señor de todas las cosas
seguimos tu bandera.
Conoces de sobra nuestra humanidad.
Fecunda nuestras miserias,
refunda nuestras fronteras.

Hay hambre en el mundo de hoy,
hambre de pan y justicia, Señor.
Toma nuestros brazos, queremos servir,
contigo, el Reino construir.

Antífona 1
¡Es fácil decir que uno quiere ser enteramente de Dios!

Salmo 41
Deseo del Señor

Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;

tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi pan
noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»

Recuerdo otros tiempos,
y mi alma desfallece de tristeza:
cómo marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salvación de mi rostro, Dios mío.»

Cuando mi alma se acongoja,
te recuerdo,
desde el Jordán y el Hermón
y el Monte Menor.

Una sima grita a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.

De día el Señor
me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza
del Dios de mi vida.

Diré a Dios: Roca mía,
¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Se me rompen los huesos
por las burlas del adversario;
todo el día me preguntan:
«¿Dónde está tu Dios?»

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salvación de mi rostro, Dios mío.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1
¡Es fácil decir que uno quiere ser enteramente de Dios!


Antífona 2
¡Cuán difícil es que se quiera ser de Dios plenamente, fuertemente y sin dejarse llevar de un lado para el otro!

Salmo 42
Deseo del Templo

Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.

Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Señor, Dios mío.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salvación de mi rostro, Dios mío.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2
¡Cuán difícil es que se quiera ser de Dios plenamente, fuertemente y sin dejarse llevar de un lado para el otro!


Hijos míos, comprendan bien la importancia de sus funciones, la santidad de su estado, la grandeza y extensión de sus deberes para con la iglesia y sus miembros; bajo este punto de vista puedo compararlos a los sacerdotes; nosotros no somos sacerdotes para nosotros; ustedes no son hermanos para ustedes.
Un religioso que se retira en un claustro para vivir allí en la soledad, puede permanecer allí sin salir, sin que resulte un bien o un mal más que para él mismo, pero la salvación de un hermano como la de un sacerdote está ligada a la de otros; cuando el último día estemos allí, de pie delante del tribunal supremo ¿dónde estarán nuestras excusas si vemos caer en el infierno una sola alma que debiéramos haber preservado de ello con nuestros cuidados caritativos y con los esfuerzos de nuestro celo? ¿Qué responderemos cuando estas almas desdichadas nos digan: “Dios te había encargado de instruirme y me has dejado en la ignorancia; te había encargado de socorrerme en mi miseria y te has hecho el sordo a mis gritos; viles motivos de interés, de placer, de orgullo o de ambición te han separado de mí cuando yo pedía tu socorro y tu piedad; debías alimentarme y no lo has hecho, me has matado; mi condenación es obra tuya”?

Antífona
¡Es imposible ser, a la vez, del mundo y de Jesucristo: nadie puede servir a dos señores!

Bendito es el Señor

Bendito es el Señor nuestro Dios
que visita y redime a su pueblo.
Su presencia está viva en nosotros
su promesa perdura en el tiempo.

Él será salvador de los hombres
nos libera de toda opresión,
manteniendo vigente en nosotros
la palabra que él mismo nos dio.

El Señor quiere vernos alegres
sin tristeza, ni pena o dolor,
quiere hacer una tierra más justa
que le sirva cantando su amor
Tú serás elegido el profeta
que prepare el camino del Señor,
proclamando que viene a salvarnos
anunciando a los hombres perdón.
Nacerá un nuevo sol en el cielo
y su luz a nosotros vendrá.
Guiará al que vive entre sombras
por un nuevo sendero de paz.

Antífona
¡Es imposible ser, a la vez, del mundo y de Jesucristo: nadie puede servir a dos señores!

A cada intención respondemos:

¡Aquí estamos Señor!

-. Que el Señor disponga de nosotros según su voluntad.

-. Que no tengamos Señor, otro pensamiento ni otro deseo que el de contribuir a tu gloria

-. Señor, eso que soy, eso te doy.

-. Conságranos Señor para servirte en los niños y jóvenes.

-. Que nada ni nadie nos aparte de tu servicio Señor.

-. Que vivamos la consagración en la dinámica comunitaria, sabiéndonos consagrados para otros.

Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Conságralos en la verdad, tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad. No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí (Jn 17, 17-20). Por el mismo Cristo nuestro Señor, amén.