San Justino

Liturgia de las horas: Rezamos con el tema CONSAGRACIÓN


Judas 17. 20-25
Salmo 62, 2-6

Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron:
– ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?
Jesús les respondió:
– Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?
Ellos se hacían este razonamiento:
– Si contestamos: «Del cielo», él nos dirá: «¿Por qué no creyeron en él»? ¿Diremos entonces: «De los hombres»?
Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús:
– No sabemos.
Y él les respondió:
– Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas.

Aquellos hombres habían visto sus milagros, pero no pueden reconocerlo. Todo el pueblo acude a Él y los enfermos vuelven curados… Y sin embargo, sus oídos están sordos, y la luz que a todos ilumina y sana, parece, en su caso, haberlos cegado.
No reconocerán su poder, ni su autoridad, pero lo más grave es que tampoco verán su amor y su bondad. La razón la profetiza el mismo Jesús: Ustedes no quieren venir a mí para tener vida… Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae.

A los hombres nos cuesta reconocer el derecho que Dios tiene a ser el dueño de nuestras vidas y a meterse en nuestros asuntos. Como sucedía con los escribas, celosos de su propia autoridad, no permitimos a Jesús entrar en ciertas parcelas de nuestra existencia, sin darnos cuenta que con esta actitud impedimos al Señor su acción. Porque Él se adapta a nuestra libertad, y sólo puede hacernos más felices si renovamos nuestra fe, si acudimos a la oración humilde del que se siente necesitado, y si confiamos en que su gracia y poder divinos unidos a nuestras pobres fuerzas pueden lograr lo que deseamos de corazón.


Te pido con todas mis fuerzas que examines, delante de Dios, si no estás arrastrado por un espíritu inquieto, por una imaginación demasiado ardiente, por caminos engañosos. Anímate a escuchar la voz del Señor Jesús que te llama en medio del mundo, y que te anima a salir de la soledad; mira si tu corazón está hecho para alimentarse de esas ilusiones de fortuna, esas mentiras de felicidad, de las que nadie mejor que tú ha sentido su vanidad y su nada. En una palabra, mira por favor si la salvación de tu alma es lo que te propones asegurar, ante todo. Piensa en esto seriamente, mi pobre Féli; piensa en ello como si mañana comenzara la eternidad, para ti y para tu hermano. Mira si el remedio a la enfermedad que te atormenta no es sobre todo descansar y perder tu voluntad en la del buen Dios. Él siempre te trata con infinita misericordia y su amor te sacará del fondo del abismo al que puedes precipitarte…  (A su Hermano Féli, abril de 1815)

Vuelve, vuelve a mi corazón.
Esperándote estoy
pues ya no encuentro salida.
¿No sientes que sólo late por ti?
Él sabe que es así, quiere llenarse de ti.

Si estoy sufriendo de sólo pensar
que no estas en mí.
Voy errante en un camino a ningún lado
y ya estoy cansado de que sea así.
Te he engañado tantas veces, pero vuelve.
Yo sé que tienes razón.
hoy te pido perdón, quiero entregarte mi vida,
entrega que nació del dolor de entender
que tu amor cura todas las heridas.

Si estoy sufriendo de sólo pensar
que no estas en mí.
Voy errante en un camino a ningún lado
y ya estoy cansado de que sea así.
Te he engañado tantas veces.

Estoy sufriendo porque cuántas veces oí tu voz
preguntando si te amo y yo fingiendo
respondí: Te quiero, no sabes
que te quiero como a nadie.
Fui un ciego de no entender tu amor,
de no escuchar tu voz,
de no acercarme a vos.

Pero hoy, hoy si quiero gritar que te amo,
hoy si, hoy si quiero gritar que te amo.