San Marcelino Champagnat – San Norberto


2ª Timoteo 2, 8-15
Salmo 24, 4-5. 8-10. 14

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó:
¿Cuál es el primero de los mandamientos?
Jesús respondió:
El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos.
El escriba le dijo:
Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios.
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo:
Tú no estás lejos del Reino de Dios.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Para VIVIR lo esencial, lo único importante es amar. Jesús nos lo dice hoy.
El amor nos hace crecer, no importa la edad que tengamos.
El amor embellece nuestra propia vida y la vida de los demás.
El amor llena el corazón de alegría y de gozo a nuestro alrededor.
El amor despierta lo mejor que hay en nosotros y nos lo hace compartir.
El amor nos da ojos nuevos para mirar las personas y las cosas con el mismo amor de Dios.
El amor ensancha nuestra mente para buscar otros horizontes.
El amor transfigura nuestra vida en una vida plena, hermosa, siempre joven, siempre bella.
El amor es lo único que importa en la vida.
¡Amar siempre y a todos es la plenitud de la vida humana!
Y el mismo amor con que amamos a Dios, amamos a todos los demás e incluso a las cosas y a la naturaleza.
JESUCRISTO es el modelo perfecto del amor, porque dio su vida por todos, sin que lo merezcamos.


MÁXIMA
 Amar a Dios y al prójimo ¡es lo máximo!


¡Oh, si ustedes supieran cómo los ama Dios! Algún día reinaremos con Jesús. Lo seguiremos hasta el seno del Padre para allí alabarlo, adorarlo y bendecirlo para siempre en unión con su Espíritu de amor…  (Retiro de los sacerdotes de S. Brieuc, 1815)

Queremos seguir tus huellas,
caminar por tus caminos,
sembradores de estrellas,
y norte de lo divino.

Desde la infancia tu mirada se pobló,
de urgencias, mares, primaveras y de sed,
son muchas sombras que llenar del sol de Dios,
así pensaste, Juan María la Mennais.

Amor ardiente, la esperanza vertical,
el pulso tenso, siempre indómita la fe,
proa al futuro y a sembrar de fuego el mar,
tal navegaste, Juan María la Mennais.

Como familia que se anuda en el amor,
honda la entrega y soterrada en sencillez,
los ojos altos, la mirada en «Sólo Dios»
tal nos soñaste Juan María la Mennais.

Extenderemos tu palabra germinal,
combatiremos sin jamás desfallecer,
seremos yunque, hoguera, viento, manantial,
como tú fuiste Juan María la Mennais.

El 6 de junio de 1819, los sacerdotes Gabriel Deshayes y Juan María de la Mennais firman en Saint Brieuc un ‘Tratado de unión’ donde ponen en común sus energías “para proporcionar a los niños del pueblo, especialmente a los de los pueblos bretones, maestros sólidamente piadosos”. El primero, Gabriel Deshayes, cura párroco de Auray, había formado ya a varios jóvenes para ser maestros rurales, según el método pedagógico de los Hermanos de la Salle. A petición de Juan María de la Mennais, vicario capitular y administrador de la diócesis de Saint Brieuc, le había proporcionado dos maestros para abrir una escuela en Pordic y, a primeros de junio de 1819, acompañaba a otros tres jóvenes destinados a fundar una escuela cristiana en Dinán. Tendrían dos casas de noviciado establecidas, una en Saint Brieuc y la otra en Auray, dirigidas cada una por uno de ellos, teniendo “la misma regla, el mismo método de enseñanza y no formando más que una”. Muy pronto Gabriel dejará la obra para asumir responsabilidades en otro lugar y así quedará sólo en la dirección de la congregación el padre Juan María.