San Antonio de Padua

1 Reyes 18, 1-2. 41-46
Salmo 64, 10-13

Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás», y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal.
Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.


En el pasaje anterior, Mateo nos presenta a Jesús como alguien que nos viene a explicar el verdadero sentido de los denominados «preceptos». A partir de aquí, nos va a exponer seis ejemplos concretos. El primero de ellos se refiere a la prohibición universal: No matarás.

Jesús nos hace caer en la cuenta de que no se trata exclusivamente de no ser homicidas, de no eliminar materialmente a otra persona. Jesús va a ser mucho más exigente o, mejor, más radical, pues nos lleva a la raíz de este mandamiento. Jesús nos lleva a mirar nuestro interior, nuestro corazón, nuestra predisposición y actitud hacia los demás.

Todos sabemos que hay muchas formas de matar, y no sólo con un cuchillo. Dos maneras terribles de dañar al otro, que es mi hermano y un hijo de Dios, son la lengua y la indiferencia. Y Jesús pone esto al mismo nivel que el asesinato.

En concreto, Jesús nos previene ante tres cosas: el sentir ira hacia los demás, el dirigirle una palabra insultante (faltar le el respeto) y las injurias graves o burlas hirientes. Y es que todo empieza en el corazón. El asesinato empieza en una animadversión hacia los demás, en un sentir ira, enfado, resentimiento. Y si no cortamos este sentimiento de raíz, termina convirtiéndose en gestos y palabras hirientes que hacen daño, mucho daño, y que, luego, son difíciles de reparar.

Jesús nos invita a mirar qué hay en nuestro corazón, cómo es nuestra relación con los demás. Somos más propensos a ver los agravios que nos han hecho (o que interpretamos como tales), a cultivar nuestros resentimientos, a ponernos en actitud de víctima, en lugar de mirar si hay personas que a lo mejor se han sentido agraviadas por mí. Nos invita a mirar al otro, a ponerme en su lugar, a no caer en vanas justificaciones sino en buscar la reconciliación, a tomar la iniciativa de acercarme, de reparar cualquier posible daño, sin preguntarme quien tuvo la culpa.

Que el Señor nos dé un corazón reconciliado, que no albergue resentimiento hacia nadie, y que yo, en lo que dependa de mí, ojalá no sea motivo de sufrimiento para los demás. (Jacqueline Rivas, en Hesed)


MÁXIMA
Vive en comunión con todos


Quiero poner absolutamente mi alma junto a la tuya, porque sé que la tuya está totalmente unida a Jesucristo. Deseo que cada vez más nos amemos con el mismo amor de Jesús, que mutuamente nos animemos a mejor servirlo, que su divino espíritu nos abrase y que nuestro corazón arda de caridad para con todos… (A su amigo Bruté).

Los que tienen y nunca se olvidan
que a otros les falta;
los que nunca usaron la fuerza si no la razón;
los que dan una mano
y ayudan a los que han caído,
esa gente es feliz porque vive
muy cerca de Dios.

Los que ponen en todas las cosas
amor y justicia;
los que nunca sembraron el odio
tampoco el dolor;
los que dan y no piensan jamás
en su recompensa,
esa gente es feliz porque vive
muy cerca de Dios.

Aleluya, Aleluya
Por esa gente que vive
y que siente en su vida el amor.

Los que son generosos
y dan de su pan un pedazo;
los que siempre trabajan pensando
en un mundo mejor;
los que están liberados
de todas sus ambiciones,
esa gente es feliz porque vive
muy cerca de Dios.