Ezequiel 17, 22-24Salmo 91, 2-3.13-162ª Corintios 5, 6-10
Jesús decía a sus discípulos:El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.También decía:¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
La primera lectura nos habla del cedro, árbol símbolo por excelencia para el pueblo de Israel. Árbol majestuoso, esbelto, imponente. Así se ve Israel. Pero Jesús hará foco en otros símbolos, una semilla que produce granos y una semilla de mostaza para comparar el Reino de Dios. La distancia es abismal, entre el cedro y las semillas. La poquedad, la sencillez, la ‘pobreza’, la ‘nada’ de estas semillas parece que reflejan mejor la propuesta del Dios de Jesús.En el origen de estas parábolas está, seguramente, la experiencia misma de Jesús, que mediante la observación de los procesos naturales descubre el actuar de su Padre, descubre su sabiduría eterna, percibe su fecundidad expresada en las semillas, y aprende a vivir en libertad frente a la ansiedad y a la parálisis que pueden provocar las dificultades y los fracasos.Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, Jesús les anima a sus discípulos a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza infinita en la ‘fuerza de escondida de Dios’. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Hay que observar cómo trabaja Dios y proceder de la misma manera.Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar; que no deben vivir pendientes de los resultados; que no les ha de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato; que su atención se debe centrar en sembrar bien el Evangelio. Hoy nosotros hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra.Las parábolas cuestionan a los ansiosos, a los que se creen imprescindibles, a los pragmáticos que todo lo quieren dirigir, controlar, evaluar, medir y no se dan cuenta de que las cosas de Dios van en otra dirección e incluso sorprenden a propios y extraños.Las parábolas invitan a la paciencia confiada, a desistir de nuestro desmedido afán de protagonismo, a respetar decididamente las cosas de Dios aun cuando nos queme la ansiedad de la comprobación. Se nos pide, eso sí, hacer todo lo posible (sembrar) pero sin olvidar que es Dios, el que hace crecer.Las parábolas nos comunican una de las convicciones más hondas de Jesús: Dios y las personas deben aliarse para que el Reino nazca, crezca y dé fruto. Si nosotros no tomamos la decisión de sembrar, el Reino no germinará porque la semilla que se guarda en el granero no da fruto.Juan María de la Mennais supo hacer lectura de fe de la historia y ayuda a los hermanos a leer la mano providente de Dios en las escuelas. Así le decía al hermano Émeric: Bendigan siempre su adorable providencia. Vean todo el cuidado que les presta. Todo anuncia que el establecimiento de Vauclin, aunque poco numeroso todavía, prosperará y será semejante al grano de mostaza del Evangelio, llegará a ser un gran árbol bajo el cual vendrán a reposar muchos niños pequeños. Confianza en la Providencia y confianza en la siembra de sus hermanos; paciencia y certeza de que el árbol crecerá y albergará a muchos, al punto que llega a decir que ‘la parábola del grano de mostaza del Evangelio es nuestra historia. He ahí el dedo de Dios’.La familia menesiana está llamada a ser continuadora de esa siembra generosa y a manos llena con la certeza de que es Dios quien da el crecimiento. No es nuestra obra, es su obra, pero quiere contar con nosotros, pobres instrumentos.
Dios y su pueblo: Dios está en medio de su pueblo. Su presencia es garantía de fecundidad. Está en medio del pueblo como la semilla que crece por sí sola y como semilla pequeña que se transformará en árbol que cobijará a muchos. Al pueblo le tocará disfrutar de la cosecha de esa presencia y también tendrá la posibilidad de cobijarse bajo sus alas. Ese es el Dios de los cristianos, un Dios que es presencia silenciosa y que va creciendo, sin que sepamos cómo, en las realidades que habitamos.
Queridísimos Hermanos: Cuantas más bendiciones de Dios se derraman visiblemente sobre nuestro humilde Instituto, más deben redoblar su fervor y su celo para cumplir todos los deberes de su santa vocación. Cuando pienso en aquel pequeño grano de mostaza que eché en tierra hace cuarenta años, sin saber todavía lo que iba a suceder, pero bajo la protección de la divina Providencia, es para mí muy alentador, después de tantos años de trabajo y de pruebas, ver hoy desarrollarse nuestra obra, más y más en Bretaña, implantarse en el Sur de Francia y extenderse hasta más allá de los mares. Ante este panorama, no puedo más que quedar confundido, y exclamar con la Escritura: Sí, el dedo de Dios está ahí.Sin embargo, debo decirles, mis queridos Hermanos, que el mejor consuelo que puedo llevarme al bajar a la tumba, no es contar el gran número de sujetos que dejo en sus filas, sino lo que va a contribuir sobre todo a aumentar en mi alma la dulce confianza de que serán un día mi gozo y mi corona en el Señor; lo que me afirma en este pensamiento es que el Instituto no sea una obra efímera, sino una institución duradera, a la que Dios llama cada vez más, en la medida de sus modestas atribuciones, a la edificación de la Santa Iglesia y a la salvación de los niños; y eso será así si están apegados a sus santas Reglas, y llenos de ese espíritu de fervor que es el alma de toda sociedad religiosa, y hace de ella la fuerza y su prolongación. (Carta referida a la visita de las escuelas. Ploërmel, 19 de Marzo de 1857)
El reino se asemeja a cuando un hombresiembra la semilla en la tierra;por la noche duerme y al día siguienteya germina, aun sin saber cómo ella crece.De la tierra y por sí misma hará sus frutos,primero tallos y espigas,hasta dar el grano que maduroel hombre al fin coseche.El Reino de Dioses como la semilla que crece,que, aunque al mirarla no ves crecer,mas sus frutos nos ofrece.El Reino de Dioses grande y fuerte, aunque no parece;es rama firme donde anidar,aun cual pequeña semilla en ti comience.El Reino es cual semilla de mostaza,que aun siendo la más pequeña,al sembrarla crecey se convierte en el mayor arbusto,y las aves hacen nidos en sus ramas.Así también es el Reinoque, aunque pequeño parece,al crecer se hace tan fuerteque nadie puede vencerle.Dios va obrando en silencioy germina su Reino,y aunque nadie lo notesu reinado va creciendo.Pero como semilla,tenemos que sembrarla.pon en Dios tu confianzay crecerá tu esperanza.