1º Reyes 21, 17-29Salmo 50, 3-6. 11-16
Jesús dijo a sus discípulos:Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores. Así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Es innegable que vivimos en una situación paradójica. “Mientras más aumenta la sensibilidad ante los derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el sentimiento de tener que recurrir a una violencia brutal o despiadada para llevar a cabo los profundos cambios que se anhelan”. Así decía hace unos años, en su documento final, la Asamblea General de los Provinciales de la Compañía de Jesús.No parece haber otro camino para resolver los problemas que el recurso a la violencia. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen». Y, sin embargo, quizá es la palabra que más necesitamos escuchar en estos momentos en que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la violencia.Alguien ha dicho que «los problemas que solo pueden resolverse con violencia deben ser planteados de nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que aportar también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecer soluciones técnicas a los conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud hemos de abordarlos.Hay una convicción profunda en Jesús: Al mal no se lo puede vencer a base de odio y violencia. Al mal se lo vence solo con el bien. Como decía Martin Luther King, «el mayor defecto de la violencia es que genera una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».Jesús no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia concreta, la violencia puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no hacia el fratricidio.Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal, pero sin buscar la destrucción del adversario.Pero no olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar a la violencia debe dirigirse no tanto a los débiles, que apenas tienen poder ni acceso alguno a la violencia destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas, y pueden por ello oprimir violentamente a los más débiles e indefensos. (José Antonio Pagola)
MÁXIMAAma como ama Dios
El amor vive especialmente de acción y es por eso que su divino autor le ha dado como objeto propio, no la humanidad sobre la cual ninguno de nosotros puede nada, sino el prójimo o, en otros términos, la fracción de la humanidad que cada uno de nosotros deber servir. (S. IX p.2582)
Tuve hambre me diste de comer,tuve sed y me diste de beber;tuve frio y me abrigaste,estuve preso y me fuiste a ver.Y fue mi Padre quien me amócuando tú te dabas sin razón.Como nos ama Dios,amarnos todos.Amar al prójimo, como nos ama Dios.Como nos ama Dios,entregarlo todo;dar la vida por otroscomo en la cruz la dio.Ama y haz lo lo que quieras,pero ama, ama de veras,aunque no piensen como tú,aunque no crean en lo mismo que tú,ama hasta que duela.