San Luis Gonzaga

2º Reyes 11, 1-4. 9-18. 20
Salmo 131, 11-14. 17-18

Jesús dijo a sus discípulos:
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.
Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!

Señor, en el evangelio de este día nos hablas de un tesoro. Y para mí, el único tesoro de mi vida eres Tú. Me pregunto: ¿Y qué pasaría de mí si Tú no estuvieras? Mi vida sería una vida malograda, una vida sin sentido. ¿Dónde dirigir mi mirada si no pudiera verte? ¿Dónde inclinar mis oídos si no pudiera oírte? ¿Hacia dónde elevar mis brazos si no fueras mi norte? ¿En quién inclinaría mi cabeza cansada si tu corazón estuviera ausente? Sólo en Ti descansa mi alma.

Hay en este evangelio dos palabras muy unidas: tesoro y corazón. Si preguntamos cuál fue el verdadero tesoro de Jesús sin lugar a dudas, el verdadero tesoro de Jesús fue su Padre. Nos dice San Juan que, desde toda la eternidad, el Verbo estaba volcado, inclinado, gravitando junto al Padre (Jn. 1,1). Y esta actitud la mantuvo también aquí en su vida mortal. El hacer la voluntad del Padre, el dar gusto al Padre ha sido el móvil de su vida, ha sido la razón de su existencia.

Y, junto a este tesoro, Jesús ha tenido otro: guardar como un verdadero regalo a los que el Padre le ha entregado: “Eran tuyos y Tú me los diste” (Jn.17,6). Nosotros somos un regalo del Padre para Jesús. Así nos ha visto, así nos ha amado. Entonces, ¿dónde ha puesto Jesús su corazón? En el amor al padre y en el amor a nosotros que somos “regalos del Padre”.

Siendo esto así ahora no nos extraña que Jesús insista en que debemos tener siempre el corazón libre para amar a Dios y amar a los hermanos. Las riquezas y honores de este mundo pueden ser un obstáculo para el amor y de tal modo pueden avasallar nuestro corazón que no le dejen cumplir la misión para la que fue creado: vivir para amar. Todo lo que no se puede reciclar en amor es poner obstáculos al corazón.

Señor, que yo tenga luz necesaria para ver con claridad dónde está el secreto de mi vida, el secreto de mi alegría y de mi felicidad: vivir para amar a Dios y a mis hermanos. No con un amor meramente humano sino como amaste Tú al Padre y a los hombres y mujeres de este mundo.


MÁXIMA
Donde está tu tesoro, está tu corazón


Donde está tu tesoro, allí está tu corazón… Por ligereza uno comienza a entregarse a los placeres; poco a poco te arrastran: Habla la conciencia, se la acalla. Se apartan las reflexiones serias; la costumbre acaba por formarse; uno se hunde en el mal; triunfan los sentidos, las pasiones; nada las retiene, y ese cristiano, por el que he sufrido los tormentos de la Cruz, gasta su vida en el crimen, y muere en la dureza de corazón.” (Palabras que Juan María pone en boca de Jesús)

En el viaje de la vida
me despojas de mentiras
y vas dando a tantos grises su color.
Cruzo valles y colinas,
caminando hacia la cima.
Ni la lluvia puede hacer
que no vea el sol.
Desde que guías mis pasos
no hay errores ni fracasos,
ni desiertos ni sequías
que me agoten de temor.
No hay montañas congeladas,
ni lágrimas derramadas
que me impidan avanzar
hacia tu amor.

Y hay tesoros en el Cielo
esperando mi llegada
y en cada paso doy gracias,
aunque la distancia es larga.
Y sonríes al mirarme,
cuando busco algún descanso
y alivianas mi equipaje,
para ir a un lugar más alto. 

En el viaje de la vida
tu promesa me cautiva
y lo amargo se hace dulce
por tu amor.
Pones luz a cada día
y si el silencio me lástima
Tú haces una sinfonía con tu voz.
Desde que guías mis pasos,
no hay errores ni fracasos,
ni desiertos ni sequías
que me agoten de temor.
No hay montañas congeladas,
ni lágrimas derramadas
que me impidan avanzar
hacia tu amor.