Domingo 14º durante el año

Ezequiel 2, 2-5
Salmo 122, 1b-4
2ª Corintios 12, 7b-10

Jesús salió y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía:
¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?
Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
Y él se asombraba de su falta de fe.

Marcos no narra este episodio para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona.

Marcos no narra la infancia de Jesús. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su ‘pueblo’. Para los que mejor lo conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían corrido, jugado y trabajado con él, sabían perfectamente quién era. Lo encuadraban en una familia (requisito indispensable para ser alguien en aquella época). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo común en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario. ¿De dónde saca todo eso?, se preguntan.

Jesús vuelve a su pueblo. Ni nombra al pueblo ni hace referencia al lugar geográfico, ni falta que hacía. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores fijos. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharlo, sino a cumplir con el precepto del sábado. Es Jesús el que, por su cuenta y riesgo, se pone a enseñarles sin que se lo pidan.
Marcos ya había advertido de la relación tensa de Jesús con sus parientes. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco.

El texto griego no dice: ‘desconfiaban de él’, sino ‘se escandalizaban’, que indica una postura mucho más radical. Le dicen que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. La referencia es despectiva. En cambio, Mateo dice: ‘el hijo del carpintero’ y Lucas: ‘el hijo de José’. El conocimiento que tienen de Jesús, es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Los conocimientos previos les inhabilitan para acoger a Jesús maestro.

En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura y comentarla en la sinagoga. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas. La religión judía estaba demasiado segura de sí misma como para admitir novedades. Los jefes religiosos se encargaban de adoctrinar al pueblo para que no admitiera nada distinto a lo que ellos enseñaban.

Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Precisamente por eso, la sabiduría que manifiesta tiene que venir de Dios (profeta) o del diablo (magia). Al hacer Jesús alusión al rechazo del ‘profeta’, está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa es la primera y esencial característica de un profeta. Al no aceptarlo, están rechazando a Dios mismo.

En la primera lectura, Dios le habla a Ezequiel, y le advierte de la dureza de corazón del pueblo, pero también le deja claro que se enterarán de que hay un profeta en medio de ellos. También los nazarenos, se enterarán de que Jesús es un profeta, aunque no quieran aceptarlo como tal. La extrañeza de Jesús no es por el hecho de ser rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. El golpe psicológico que recibió fue realmente muy duro.

La falta de fe impide que Jesús pueda hacer allí milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: ‘tu fe te ha curado’; y a Jairo: ‘basta que creas’. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un milagro.

¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios y que puede hacer lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el ‘hacer’ como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad disponible en cualquier momento, ha falseado el verdadero rostro de Jesús.

¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos decimos ser de los «suyos»? ¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía? Esta era la preocupación de Pablo de Tarso: «No apaguen el Espíritu, no desprecien el don de Profecía. Revísenlo todo y quédense sólo con lo bueno» (1 Tes 5,19-21). ¿No necesitamos algo de esto los cristianos de nuestros días?

Acoger la novedad de Dios no es algo tan fácil para mí y para ti. Nos resulta incomodante. Nos sentimos más a gusto con ‘lo de siempre’, ‘lo ya sabido’, ‘el siempre se hizo así’… Acoger la novedad que puede provenir de las fronteras o de las nuevas generaciones nos resulta movilizante, porque implica dejar nuestras seguridades. Tampoco es cuestión de andar corriendo detrás de los novismos, pero ojo con perdernos el encuentro con el Dios de la vida por no aceptar ‘movernos’.

Lazos de Jesús con los suyos:
La relación de Jesús con su familia no es fácil, dudan de él, sospechan de su conducta, creen que está fuera de sí e intentan rescatarlo (abandonó su trabajo, su pueblo, su familia y vive como peregrino). Creen conocerlo muy bien y no se permiten re-descubrirlo, no se asombran, se escandalizan. Jesús se siente despreciado por ellos y esto le confirma su identidad profética (los profetas padecían el rechazo de su pueblo, de su familia, de su casa). No reniega de ellos, no habla mal, no se enoja. Se asombra de su falta de fe y sigue su camino. Vos, ¿qué onda con tu familia?


Hasta ahora habíamos puesto en común nuestras alegrías y nuestras penas, nuestros intereses y trabajo, no teníamos más que un alma. Esta unión era un gozo para mí y nunca he querido otro aquí abajo. Me gustaba pensar que sólo la muerte podría romper estos lazos tan queridos, y la idea de una separación próxima y voluntaria desgarra el fondo de mi corazón. Lejos de mí el pedirte que hagas el sacrificio de tus inclinaciones y de tus gustos, y que unas tu vida a la mía. Pero te pido que examines delante de Dios, si tú no eres arrastrado por un espíritu inquieto, por una imaginación demasiado ardiente, por caminos engañosos; si es la voz de Dios la que te llama en medio del mundo, la que te empuja a salir de la soledad; si tu corazón está hecho para alimentarse con ilusiones de fortuna, con una felicidad engañosa de la que nadie mejor que tú conoce la vanidad y la nada. En una palabra, si la salvación de tu alma es lo que procuras asegurar ante todo al cambiar de situación y de estado. Piensa seriamente en ello, mi pobre Feli. Piensa en ello como si mañana debiera comenzar para ti y para tu hermano la gran eternidad. Mira si el remedio a la enfermedad que te atormenta no está más bien en reposar y perder tu voluntad en la del buen Dios, que te había retirado con tanta misericordia y amor del fondo mismo de este abismo. No puedo decir más y mis lágrimas corren en abundancia. (A Féli, abril de 1815)

Cada vez que nos juntamos,
siempre vuelve a suceder
lo que le pasó a María
y a su prima la Isabel:
Ni bien se reconocieron
se abrazaron y su fe
se hizo canto y profecía,
casi, casi un chamamé.

Y es que Dios es Dios familia,
Dios amor, Dios Trinidad.
De tal palo tal astilla,
somos su comunidad.
Nuestro Dios es Padre y Madre,
causa de nuestra hermandad.
Por eso es lindo encontrarse,
compartir y festejar.

Cada vez que nos juntamos
siempre vuelve a suceder
Lo que dice la promesa
de Jesús de Nazareth:
Donde dos o más se junten,
en mi Nombre y para bien,
yo estaré personalmente,
con ustedes yo estaré.

Cada vez que nos juntamos,
siempre vuelve a suceder
lo que le pasó a la gente
reunida en Pentecostés:
Con el Espíritu Santo,
viviendo la misma fe,
se alegraban compartiendo
lo que Dios les hizo ver.