Santa Teresa de los Andes – Beato Mariano de Jesús Hoyos


Isaías 6, 1-8
Salmo 92, 1-2. 5

Jesús dijo a sus apóstoles: El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño.
Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa!
No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquél que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.

Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad. Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas, tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.

Con frecuencia vivimos preocupados sólo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro; no vemos claro nuestro porvenir…

Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.

La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No lo lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.

La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso. Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengan miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos. (José Antonio Pagola)


La obra de Dios no depende de un hombre o de otro, no depende más que de Dios y en El debemos poner toda nuestra confian­za. Tengamos fe y no nos dejemos turbar por vanos temores.” (Al H. Ambrosio, 27 de noviembre de 1848)

Cristo, tu Cruz es respuesta real 
para este mundo, para este tiempo
que huye en temores.
Tú eres Camino, eres Verdad, eres la Vida. 

No tengo miedo de la libertad.
No tengo miedo, Señor de la vida.
Me quiero entregar.
Toma mis manos, mi voz y mi andar  
y yo alzaré alto la Cruz, derramada de amor,
para que sea bandera de la juventud.
Tu triunfo santo, que junto a mi canto
se harán fuerte luz,
para que vean tu rostro, Jesús, 
hombres con sed, hombres valientes
que quieran seguir tu caminar.

Al verte herido, reinando en la cruz 
dices mi nombre,
suenan tambores al escucharte. 
Oigo las voces de aquellos hombres
que tienen hambre.

Santa María, me acojo a tu amor, 
pido tu fuego que arde de ruegos
hoy por tus hijos. Virgen María,
Rosa del cielo, oye mi canto.

JUANA ENRIQUETA JOSEFINA DE LOS SAGRADOS CORAZONES FERNÁNDEZ SOLAR, Conocida como TERESA DE LOS ANDES (1900-1020) fue una religiosa chilena perteneciente a las carmelitas descalzas. Nació en Santiago en el seno de una familia acomodada y muy religiosa. Llevó una vida normal de estudio, deporte, amistades y compromiso de fe, propios de su edad. En 1919 hizo su ingreso en el monasterio del Espíritu Santo de Los Andes. Ese mismo año hizo la toma de hábito, recibió el nombre de Teresa y comenzó el   noviciado, al término del cual haría la profesión religiosa. Llevaba once meses en el convento cuando enfermó de tifus y difteria y falleció. Antes de morir profesó como religiosa in articulo mortis. Los que la conocieron dicen que era alegre, simpática, atractiva, deportista, comunicativa. Tenía una gran fe, amaba a Jesucristo por sobre todo y poseía el don de la caridad y del olvido de sí misma.
MARIANO DE JESÚS EUSE (1845-1926), conocido como Padre MARIANITO, fue un sacerdote colombiano, predicador y misionero. Estudió en el seminario de Medellín. Fue nombrado párroco de Angostura, donde permaneció hasta su muerte. Supo insertarse totalmente en la vida del pueblo, participando en las penas y alegrías de todos. Para todos fue padre diligente, maestro y consejero de confianza y testigo fiel del amor de Cristo entre ellos. Los pobres, que él llamaba «los nobles de Cristo», eran sus preferidos. No tenía ningún reparo en emplear sus propios bienes para aliviar las penurias y la indigencia de los más débiles. Visitaba con frecuencia a los enfermos, y para asistirlos estaba dispuesto a cualquier hora del día o de la noche. Con infinita mansedumbre y sencillez se ocupaba de los niños y de los jóvenes para guiarlos por el camino de las buenas costumbres y de la prudencia. Fue beatificado en el año 2000 por el Papa Juan Pablo II