Domingo XV durante el año


Amós 7, 12-15
Salmo 84, 9abc.10-14
Efesios 1, 3-14

Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos.
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.

Este es uno de los textos en que mejor se ve como proyectamos nuestras ideas sobre lo que leemos. Al leer este texto algunos hablan de la pobreza radical en la vivencia de la misión, otros de la eficacia de la misión de los discípulos: convierten, hacen milagros, curan… Marcos habla de la necesidad de hacer experiencia de hospitalidad en la misión. El vocabulario pone de manifiesto esta intencionalidad de Marcos: casa, entrar, acoger, quedarse, ir de dos en dos.

En aquel tiempo, dice Mesters “cuando salían a misionar iban prevenidos. Llevaban provisiones y dinero para cuidar su propia comida, pues no podían confiar en la comida del pueblo que no siempre era ritualmente ‘pura’. Las normas de la pureza dificultaban la acogida, el compartir, la comunión de mesa y la hospitalidad, que eran los cuatro pilares de la vida comunitaria de la época. Al contrario de los otros misioneros los discípulos y discípulas de Jesús no pueden llevar nada, ni bolsa, ni provisiones, ni oro, ni plata, ni cobre… La única cosa que pueden llevar es la paz. El misionero parte sin nada, porque debe creer que va a ser recibido. Su actitud provoca en el pueblo el gesto evangélico de la hospitalidad”. (Testimonio nº 216. Año 2006. pág. 64 – 65)

Sin hospitalidad nuestras comunidades y personas se encerrarían en sí mismas, en su propia cultura, con el peligro consecuente de perder capacidad de testimonio, servicio, atracción y fecundidad. La hospitalidad ad intra hace de las comunidades escuelas de comunión, donde se aprende el difícil arte de convivir con el otro, el diferente. La hospitalidad ad extra reactiva la conciencia misionera y audaz en ambientes donde el peligro y el martirio, incluso, acechan.

Van despojados de todo por confianza. Deben tener la certeza mesiánica de que habrá quien les ofrezca lo que necesitan. No van para crearse su propia casa sino para quedarse donde les acojan. Esperan recibir todo. No deben imponer ni exigir, sino aceptar, recibir hospitalidad. Es esta la experiencia que Jesús les pide que hagan, la experiencia de ser acogidos.

En primer lugar contrasta el fracaso de la misión de Jesús con el éxito de la misión de los doce. Jesús acaba de ser rechazado. Ellos, en cambio, le cuentan exultantes todo lo que han enseñado y hecho. En el texto Jesús no les manda ni enseñar ni hacer nada. Ellos siguen siendo fieles a su dinámica: no han querido bajar de la barca cuando han ido a Gerasa (5, 2); no han querido dar de comer al pueblo (6, 35); no quieren ir a Betsaida sin llevar su propio pan (8, 14). Además, Jesús, jamás ungió con óleo, ellos sí. Y este es un gran riesgo en la misión: hacer, no lo que se nos pide, sino lo que queremos hacer. Le pasó a los discípulos, ¿no nos puede pasar a nosotros?

En la primera lectura, de Amós, el profeta da cuenta de que el rey Amasías lo quiere expulsar de Betel porque anuncia lo que el Señor le dice y eso perturba y molesta al rey. Pero Amós le recuerda su historia y le expresa que no habla ni hace lo que quiere, sino lo que el Señor le señala. No así los discípulos de Jesús.

En realidad los apóstoles han realizado ‘su misión’, no lo que Jesús les había pedido. La invitación que les hace ahora de ir a un lugar desértico para estar a solas con Él, quizá para hacerles comprender lo que Él quiere, como en el resto de relatos donde aparece la expresión ‘estar a solas’ o a ‘solas en la casa’. Ellos han transmitido su ideología, no hicieron la experiencia de acogida que Jesús les pidió, e incluso ungen con óleo, acción que jamás hizo Jesús. Cuando la misión no va acompañada de la experiencia de hospitalidad debemos desconfiar de ella. (Hno Merino)

Jesús y los discípulos: Jesús les manda a hacer experiencia de acogida y hospitalidad. Quiere educar su corazón. No quiere que digan ni hagan nada, sino que hagan la experiencia de acoger a todos, que tengan un corazón universal. Esta es la condición para que la misión no se haga ideología. Jesús acoge ‘su impresión’ de la misión (éxito), pero los invitará a tomarse un momento a solas, pues es necesario otra mirada a lo realizado. Jesús no se cansa de enseñarles y educarlos: ‘vamos a un lugar aparte’.


“Dejen su país, su familia; sacrifiquen todo; vayan a enseñar a esos niños que piden el pan de la instrucción y que están expuestos a perecer porque no hay nadie que lo rompa y se lo distribuya” (S.VII.p.2242)
“No cuentes más que con Dios para el éxito de la nueva y gran misión que recibes; es Él quien te la da, por lo tanto ten confianza; Él te sostendrá en tus trabajos” (1.15)

Señor toma mi vida nueva
antes de la espera
desgaste años en mí.
Estoy dispuesto a lo que quieras,
no importa lo que sea,
tú llámame a servir.

Llévame donde los hombres
necesiten tus palabras,
necesiten mis ganas de vivir;
donde falte la esperanza,
donde todo sea triste,
simplemente por no saber vivir.

Te doy mi corazón sincero,
para gritar sin miedo
lo hermoso que es tu amor.
Señor, tengo alma misionera.
Condúceme a la tierra,
que tenga sed de vos.

Y así en marcha iré cantando,
por pueblos predicando
tu grandeza, Señor.
Tendré mis manos sin cansancio,
tu historia entre mis labios,
tu fuerza en la oración.

FRANCISCO SOLANO (1549-1610) fue un sacerdote franciscano español que misionó en América del Sur. Llegado al Perú se dedicó a llevar la Buena Nueva a los pueblos originarios que habitaban los territorios actuales de Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay. Tenía el don de lenguas y aprendió los idiomas de las tribus que visitaba. Poseía una hermosa voz y tocaba el rabel y la guitarra, con lo que lograba llegar hasta los más reacios. En 1595 se radicó en Lima. Solía salir a visitar enfermos y a predicar en las calles, llevando una cruz y su instrumento musical. Su festividad es el 14 en algunos países y, en otros hoy.