Virgen María del Carmen – Andrés de Soveral y compañeros mártires

Zacarías 2, 14-17
Lucas 1, 46-55

Jesús estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con Él.
Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte.
Jesús le respondió:  ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

El evangelio de hoy nos relata un episodio que en cierto sentido nos cuesta comprender. La misma idea aparece en otros párrafos de los evangelios sinópticos, donde Jesús dice haber venido a traer enfrentamientos entre hijo y padre, hija y madre, nuera y suegra, etc., etc. A simple vista, pareciera el acabose de las relaciones familiares tal como las entiende nuestra cultura.

Sin embargo, Jesús no reniega de su familia. Al contrario, amplía el concepto de madre y hermanos porque implica el amor a muchos bajo una sola forma de comprender la maternidad y la fraternidad: cumpliendo la voluntad del Padre del cielo. Jesús sitúa la maternidad y la fraternidad en el modo de ser de Dios. Dios es quien nos da la vida, y la vida que tenemos está inserta en el modo de ser de Dios. La voluntad de Dios, es comprender su compasión y misericordia como lenguaje también humano.

Hoy Jesús, en el Evangelio, nos incluye en una nueva familia. Hoy él nos llama hermanos y hermanas. Y así nos impulsa a que nosotros también llamemos del mismo modo a quienes están con nosotros. Y, al verlos sufrir, estar en soledad o ser excluidos, también podamos abrazarlos y decir con el Señor: “Estos son mis hermanos y hermanas”. (Boosco)


MÁXIMA
Vivamos en modo familia


En esta época dichosa, los vuelvo a ver a todos, nos reencontramos en esta casa en la que han sido de nuevo engendrados en Jesucristo y que les ha servido de cuna; aquí gustarán, saborearán con delicia las santas alegrías de la familia; cantarán a una sola voz, en un solo coro, el cántico del profeta: ‘Qué bueno, qué dulce es para los hermanos habitar juntos en una misma morada. La paz fraterna de la que gozan es como el perfume que derramado en la cabeza de Aarón, desciende sobre su rostro hasta el borde de sus vestidos; es como el rocío del Hermón que desciende sobre la montaña de Sión’. (Sermón sobre las ventajas del retiro)

Pon tu celular en modo amigo,
en modo amor, en modo hermano,
en modo hijo.
Si no quieres quedar sin batería
pon tu celular en modo vida.

¿Qué tal si nos sentamos a charlar?
¿Qué tal si nos comemos un helado
y emprendemos la titánica misión
de mirarnos a los ojos y encontrarnos?

¿Qué tal si me reemplazas ese beso
que me mandaste en un emoticón?
Que si es de carne y hueso,
entonces esos corazones
en los ojos tendré yo.

Vamos a hacer una revolución
humilde, aparentemente tonta.
Seamos cavernícolas un rato
caminando simplemente
de la mano.

Y sea tu mirada mi señal
y tu compañía mi recarga.
Sea el sonido de tambor
de tu noble corazón,
mi ringtone.

La devoción de la VIRGEN DEL CARMEN es originaria del Monte Carmelo, en la ciudad de Haifa. Debido a la presencia del mar Mediterráneo y las relaciones interculturales entre Europa y la región Palestina, la devoción se extendió por Europa gracias a la Orden de las Carmelitas. De España pasó a América en tiempos de la conquista. Durante el proceso de emancipación nacional, la figura fue instaurada históricamente como la “Patrona de Chile”. José de San Martín, general del Ejército Libertador, proclamó que la Virgen del Carmen recibía el título de “Patrona del Ejército de los Andes” y Bernardo O’Higgins la denominó como “Patrona y General de las Armas Chilenas” en las vísperas de la batalla de Chacabuco.
El 16 de julio de 1645, los holandeses que ocupaban el nordeste de Brasil, llegaron a Cunhaú, en Río Grande del Norte, donde varios colonos residían en los alrededores del Molino, ocupados en la plantación de la caña de azúcar. Era un domingo. La hora de la misa, 69 personas se reunieron en la capilla Nuestro Señora de Candeias. La capilla fue rodeada e invadida por soldados e indios que eliminaron a todos los que allí estaban, incluyendo al párroco sacerdote ANDRÉS DE SOVERAL que celebraba la misa. Ellos no opusieron resistencia a los agresores y entregando sus almas piadosamente al Creador.