San Apolinar


Miqueas 2, 1-5
Salmo 9, 1-4. 7-8. 14

Los fariseos se confabularon para buscar la forma de acabar con Jesús.
Al enterarse de esto, él se alejó de allí.
Muchos lo siguieron y los curó a todos. Pero les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:
«Éste es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre
«.

Después de la curación, en sábado, de la mano seca de un hombre en la sinagoga de ellos, los fariseos deciden acabar con él. Por eso Jesús se aleja de allí, se retira a la soledad, no combate la violencia, no es imprudente y cuando sea inevitable el encuentro, beberá el cáliz pidiendo que pase esa hora. El don de la vida le cuesta la vida.

Cuenta el evangelista que muchos lo siguieron. Él se ocupa de hacer el bien, sea en el día sábado o en cualquier otro día; cuida de todos. Les ordena a los que lo seguían que no dieran a conocer quién era.

La actitud de Jesús parece un fracaso, pero responde a la profecía de Is 42,1-4. En el bautismo fue llamado Hijo querido, el elegido, el amado y, siendo siervo de todos los hermanos, vive la filiación. Tiene el Espíritu de Dios, espíritu de amor que no condena, sino que salva. Jesús no discute, detiene el mal haciendo el bien, no devuelve mal por mal, no grita, no busca sobresalir, no se publicita. Es la sabiduría mansa y humilde.

Jesús permanece de pie delante de Dios, es bueno con todos, no sólo con las personas quebradas o sacudidas por el viento; asume el cuidado de ellas. Jesús, que es luz del mundo, no apagará la mecha humeante, sino que llevará el fuego del Espíritu.

Cuando Jesús, Dios con nosotros, diga desde la cruz “todo está cumplido” (Jn. 19,30) realiza la salvación no sólo de los creyentes, sino también de los paganos: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que podamos salvarnos” (Hch 4,12). “Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hch 2,21).

Abramos nuestro corazón como nuestros fundadores, que cultivaron estas actitudes de Jesús en su vida cotidiana y encontraron en Él al Pastor de Vida.


Así pues, aunque Jesús haya subido hacia su Padre, no nos ha dejado huérfanos. Por un milagro continuamente renovado, permanece realmente con nosotros todos los días, lleno de gracia y de verdad, según su promesa. No menos dichosos que sus discípulos, todos los días y en cada instante del día, podemos acercarnos para adorarlo, como si lo viésemos con nuestros propios ojos, para conversar familiarmente con Él como con un amigo, como con un hermano, títulos tan hermosos que se ha dignado tomar”. (Sobre el Santísimo Sacramento) 

Todo empezó en una cruz
Donde un hombre murió y un Dios se entregó.
Silenciosa la muerte llegó
extinguiendo la luz que en un grito se ahogó.

Viendo su faz de dolor
una madre lloró y su amigo calló.
Pero siendo una entrega de amor
su camino siguió y en algún otro lado
una luz se encendió.

Siendo hombre, amigo, esclavo y maestro;
siendo carga pesada, profesor y aprendiz,
entregó hasta su cuerpo en el pan y en la vid.

Desde entonces lo he visto caminar a mi lado
a ese Dios que se humilla y muere por mí.
Es la barca en mi playa, el ruido del silencio,
que se acerca a su hijo y me abraza feliz.

Viendo un humilde calvario,
con rostro cansado soporta la cruz
y al verme rezando a sus pies
se olvida de Él, me toma en sus brazos,
me acoge otra vez.

Siendo fuego, paloma, el agua, y el viento;
siendo un niño inocente, un padre y pastor
Voy a aceptar mi ofrenda, es mi vida, Señor.

Y si ahora yo acepto esa cruz
fue por esa persona, ese Dios,
es por Cristo Jesús.