Santos Joaquín y Santa Ana

Eclesiástico 44, 10-15
Salmo 131, 11. 13-14. 17-18

Jesús dijo a sus discípulos:
Felices los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.
Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron.

Señor, la oración de este día evoca en mí una bella oración que te dirigió Salomón cuando Tú mismo le dijiste que te pidiera algo. Salomón no pidió ni riquezas, ni salud, ni bienestar. Se limitó a pedirte: “Dame Señor, un corazón que escuche”. Salomón sabía que la verdadera escucha no se realiza en los oídos externos sino en el interior del corazón. A esas interioridades me lleva hoy tu Palabra.

Este evangelio es difícil de entender. Parece que las parábolas están dichas para que todo el mundo las entienda y, sin embargo, hay gente que no las entiende. Hay que constatar que las parábolas tienen esta polaridad: “revelar y velar”. Revelan el rostro de Dios a los sencillos de corazón, pero ocultan el rostro de Dios a los que tienen el corazón embotado y no quieren escuchar con el oído interno.

En toda parábola hay un elemento de extrañeza, de sorpresa, de ruptura. Los que no están dispuestos a ser sorprendidos por Dios, a iniciar una nueva ruta en su vida, no pueden captar su mensaje. Por eso es muy buena la intuición de Franz Kafka: “Si practicaran las parábolas, ustedes mismos se convertirían en parábola, y de este modo se verían libres de la fatiga diaria”. El evangelio de Jesús y especialmente sus parábolas se entienden no cuando uno las sabe, sino cuando las saborea; no cuando uno las estudia en una Universidad sino cuando las vive en su vida ordinaria.

Señor, te doy gracias porque te revelas a los pequeños y sencillos. Yo quiero tener alma de pobre, corazón humilde, tierra buena donde pueda germinar la semilla de tu palabra. Y quiero agradecerte el don del Espíritu Santo que profundiza tu palabra y la va llevando, poco a poco, hacia la verdad plena.


MAXIMA
Felices los que escuchan a Jesús


Dios te cubre con sus alas, y te lleva de la mano como a un niño pequeño que él acaricia, que lleva, que adormece dulcemente en su seno. ¡Ah! Ámalo mucho, no lo mires más que a él, no escuches otra voz que la suya, que él sea todo para ti. (A Querret)

Un nuevo día comenzó,
me despierta el sol
y te siento en mi interior.
Me pregunto qué vendrá,
qué el día traerá,
cómo terminará.

Y escucho tu voz que me dice: No temas,
que yo guardare tu vida entera.
El mañana traerá su propio afán.
Ven, disfruta de hoy, que de hecho está
para ti… para ti.

A veces estoy débil,
aunque es de mañana.
A veces es la duda
que a mi oído habla.
A veces no me quiero levantar
y me muero por dentro.
Pero estás aquí,
estas aquí…

Tu abrazo me da nuevas fuerzas.
Mi esperanza se renueva,
porque estás tú…