San Eusebio de Vercelli – San Pedro Julián Eymard

Jeremías 26, 1-9
Salmo 68, 5. 8-10. 14

Al llegar a su pueblo, Jesús se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. ¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?
Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Entonces les dijo: Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia.
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.

Señor, ayúdame a comprender el valor de lo pequeño, lo sencillo, lo ordinario, lo que vivo cada día. Que pueda experimentar como Jesús, la experiencia del Padre. Que, con esa presencia dentro de mi corazón, puedo disfrutar de todo, aún de las cosas más insignificantes.

¿No es éste el hijo del carpintero? ¿De dónde le viene todo eso? Jesús causa sorpresa y escándalo a sus paisanos porque se sale de lo corriente, de lo ordinario, de lo que ha hecho siempre. Y lo mismo que decimos: “zapatero a tus zapatos”, sus paisanos le dirían: “carpintero a tu carpintería”.

Para nosotros, lo verdaderamente admirable es que Jesús, de 33 años de vida, dedicara 30 a vivir en un pueblo insignificante, haciendo las cosas más corrientes y vulgares de la gente de pueblo. Él era el Hijo de Dios y, sin embargo, pasó “como uno más, como uno de tantos en el pueblo”. Nosotros nos quejamos de que no podemos vivir en pueblos pequeños, no nos podemos realizar, necesitamos la capital; y Jesús se realiza como hombre en Nazaret, un pueblo de donde no puede salir ‘nada bueno’. Me maravilla la riqueza interior de Jesús, la experiencia tan viva y fuerte de Dios que lo llena del todo. Y, desde esa experiencia, la sensación de plenitud y felicidad viviendo las cosas más sencillas y humildes de la vida. Ciertamente, Jesús es Maestro de vida.

Me impresionan, Señor, esos treinta años de silencio y soledad. A nosotros nos parecería que habías perdido el tiempo, que podrías haber sembrado del evangelio el mundo conocido, al estilo de Pablo. Hazme capaz de comprender que lo importante no es el hacer, ni el tener, sino el ser; que la felicidad no está fuera de nosotros, sino en nuestro propio corazón. Se puede ser muy feliz en un pueblo pequeño disfrutando del sol, la lluvia, las flores, los pájaros, el cariño de los parientes y vecinos y, sobre todo, disfrutando de un Padre que ha creado todo para que yo fuera feliz.


MÁXIMA
Señor, auméntanos la fe


(Jesús) no llama cerca de él más que a los hombres verdaderamente humildes; no quiere ver en torno a él más que a las personas que desconfían de ellas mismas, sencillas, dóciles, siempre dispuestas a creer en su palabra, personas dichosas que no viven más que de obediencia y se alimentan de amor. Sépanlo bien, que para ser verdaderos discípulos de Jesucristo es necesario renunciar a esa falsa sabiduría, vana en sus pensamientos, orgullosa en sus discursos, que engaña a quienes la escuchan adulándolos, a esa sabiduría impía siempre dispuesta entrar en discusión con Dios, pidiéndole razones de su voluntad y de su misterio. (Sobre la humildad)

Hay días en que me vuelvo ciego
y no escucho ni mi voz.
Jesús te busco y no te encuentro,
no hay destellos de tu luz.
Hay días en que hasta me olvido
de recordar mi razón.
Es cuando vuelvo a ser niño
implorando en oración.
Es cuando pregunto por qué
tropiezo y vuelvo a caer.

Y apareces cuando el Sí quiere ser negación,
cuando intento esconderme
en rincones oscuros
y una vez más me invade el temor.
Y apareces a levantar la fe que cayó,
a entregarme a tu Madre como educadora.
Hoy dispuesto a morir por tu misión,
porque hoy creo en ti, mi Señor.

Cuando intento y no consigo
y el sufrir niega mi voz,
Jesús, enséñame el camino,
hazme fuerte en el dolor.
Es cuando nace un para qué,
en marcha, en ti, hoy viviré.