La Transfiguración del Señor


Daniel 7, 9-10. 13-14
Salmo 96, 1-2. 5-6. 9

2ª Pedro 1, 16-19

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría resucitar de entre los muertos.

Lo que pasó en el Tabor lo sabemos de memoria: Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada de Galilea y, tomando a los tres más íntimos, Pedro, Santiago y Juan, sube a la cima de la hermosa montaña. Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño. Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol. Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte. Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre. El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: ¡Éste es mi Hijo queridísimo! Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: ¡Animo! ¡No tengan miedo! Y no digan nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos.

Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias: Si les hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de su majestad, cuando recibió de Dios Padre, honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa…

Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro: ¡Qué bien se está aquí! Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío.

La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor lo anima a seguir adelante sin decaer un momento.

Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro jefe y Capitán, Cristo Jesús. Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo. Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo… (P. Pedro García)


MÁXIMA
Jesús es el hijo amado del Padre


Si yo estuviera más cerca de ti, podría darte unos consejos más precisos, pero el Señor suplirá lo que yo no te pueda decir, si lo escuchas en la oración, que es el momento en que Él habla al corazón: acoge con humildad todas las inspiraciones de su gracia.” (Al H. Ligouri-Marie, 1º-12-1846)

A un alto monte Jesús fue a orar
llevando a Pedro, Santiago y Juan
y allí lo vieron transfigurar.
Todo su rostro se iluminó
y su vestido resplandeció
con blanca luz más fuerte que el sol.

En gloria vieron, hablándole
de un lado a Elías y a otro a Moisés.
Y Pedro dijo: “¡Qué bien estamos!
Haré tres tiendas: Una a Elías,
otra a ti y la otra a Moisés.”
Mas no sabía lo que decir;
temor sentían de estar allí.

Y los cubrió una nube en la que se oyó:
“Este es mi hijo amado escúchenlo”.
y Jesús, a solas con ellos quedó 
y su secreto les encomendó.

Cumplido el tiempo en Getsemaní
pide a ellos mismos orar allí
mientras con sangre suda al pedir:
“Si quieres Padre aparta de mi
el cáliz que me va a consumir,
mas beberé si has dispuesto así”.

La Luz que el mundo a cruz condenó
y sus vestidos manchó en dolor,
aún con el rostro desfigurado
la nueva alianza nos ha entregado
y Dios Padre lo exaltó.


MARÍA FRANCISCA DE JESÚS RUBATTO (1844 – 1904), fue una religiosa italiana fundadora de la congregación religiosa Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto. A los 19 años quedó huérfana y se trasladó a Turín, donde ingresó al Cottolengo. En 1885 tomó el hábito con otras compañeras, fundando en Loano la Congregación de las Hermanas Capuchinas. En 1892 partió rumbo a Uruguay con tres compañeras, y comenzaron una tarea pastoral y de ayuda. En el barrio Belvedere crearon un taller de costura, que con el tiempo se transformó en el Colegio San José de la Providencia. También realizó viajes misioneros a Argentina y Brasil. Falleció en Montevideo a los 60 años. Fue canonizada por el papa Francisco en el año 2022.