Jeremías 31, 1-7Jeremías 31, 10-13 (Salmo)
Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.Pero él no le respondió nada.Sus discípulos se acercaron y le pidieron: Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos.Jesús respondió: Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: ¡Señor, socórreme!Jesús le dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros.Ella respondió: ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!Entonces Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó sana.
La mujer cananea ni siquiera se nos presenta con un nombre. No es parte del pueblo elegido y no entra en la misión de Cristo. En cuanto ella reconoce su pequeñez, el buen Pastor la toma sobre sus hombros. Sólo los humildes tocan el corazón de Cristo. Sólo los pobres, como María, son grandes delante de Dios. Sólo si tenemos las manos vacías podemos estar disponibles para que Él nos colme de bienes…«Mujer, ¡qué grande es tu fe!» Cristo mismo se admira de esta fe y entonces queda «vencido» de compasión y ternura. No puede negarle el milagro a ella, que está tan segura de obtenerlo. Cristo no puede negarle su amor y su gracia a quien se abraza con tanta fuerza a su Corazón. Insistamos en nuestra oración. No nos cansemos de gritar al Señor por nuestros hijos e hijas, por nuestras necesidades espirituales y materiales. Él no responderá de modo automático, pero seguro que ya está trabajando dentro de nosotros para que se den los frutos.Seguir a Jesús no es fácil, pero es bonito y siempre se arriesga, pero se encuentra una cosa importante: tus pecados son perdonados. Porque detrás de esa gracia que nosotros pedimos -la salud o la solución de un problema o lo que sea- está la necesidad de ser sanados en el alma, de ser perdonados. En realidad, todos sabemos que somos pecadores y por eso seguimos a Jesús para encontrarlo.¿Yo arriesgo o sigo a Jesús según las reglas de la compañía de seguros? ¡Hasta aquí, no hacer el ridículo, no hacer esto, no hacer aquello! Pero así no se sigue a Jesús. Es más, haciendo así, se permanece sentados como los escribas en el Evangelio que juzgaban. Seguir a Jesús, porque necesitamos algo, y arriesgando también en persona, significa seguir a Jesús con fe: esta es la fe. En resumen, debemos confiar en Jesús, fiarse de Jesús: precisamente con esta fe en su persona. (Papa Francisco, 13 de enero de 2017)
MÁXIMAJesús vino para todos.
Cuando vemos a hombres trabajando para hacer felices a sus semejantes, no podemos evitar admirarlos y alabarlos. Cuando uno ve a un hombre que sólo busca aliviar a los pobres y desafortunados y limpiar sus lágrimas, que vierte abundantes limosnas en su regazo, se lo considera un digno depositario de los bienes que la Providencia le ha confiado… Todos, incluso los más impíos, harán justicia a su celo, y los aprobarán incluso cuando busquen ennegrecer su reputación y evitar el bien que desean hacer. Pero cuando encontramos en la sociedad hombres que sólo buscan su felicidad, que ven a sus semejantes en las penas y miserias y rechazan aliviarlos, a esos los consideramos monstruos” (Sermón sobre los malos discursos, 1807)
No cuentan las mujeres ni los niños,no cuentan quienes vagan marginados,no cuenta quien es pobre o está enfermo,no cuenta quien está crucificado.No cuentan quienes no tienen trabajo,ni tampoco quien sufre una adiccióno quien habla otro idioma en tierra extraña,no cuenta quien es de otro color.Mas… para ti son quienes cuentan,son quienes cantan la gloria de Dios.Son tu rostro, Señor crucificado,son tu rostro, Señor resucitado.Eres tú.Ni los niños soldados tienen nombre,ni las niñas que están esclavizadas,no existen quienes hoy mueren de hambre,y se ignora a quienes sufren soledad.No contaron las mujeres ni los niñosy hoy siguen sin contar los más pequeños. Que haga mío el dolor de mis hermanosy comparta, en justicia, el pan con ellos.