San Lorenzo

2ª Corintios 9, 6-10
Salmo 111, 1-2. 5-9

Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá. Y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Jesús es un maestro en explicar cosas profundas con imágenes sencillas que hablan por sí mismas. Este «morir» del que nos habla Jesús es ese saber dejar marchar el pasado, no aferrarse a lo que hemos sido toda la vida, no vivir agarrados a lo que ya tenemos, sino aprender a soltar, abrirnos a la novedad de un futuro que no conocemos, que nos genera incertidumbre, pero que será bueno.
Se nos invita a ser como ese grano de trigo, cargado de vida, que para que extraiga de sí todo su potencial, debe sumergirse en la tierra, en la vida. Entregarse, darse, sin miedo, sin reservas.
La imagen de ese grano de trigo que se deja enterrar, que se pudre, que pasa por la experiencia de sentir que «se pierde», nos viene a decir que, en esas grandes apuestas que uno hace en la vida, hay que entregarlo todo, ponerlo todo… y saber esperar.
Muchas veces no hemos llegado donde queríamos porque, por miedo, por apegos, por… no lo pusimos todo, nos guardamos algo. Y, lo que no se da, se pierde.
La vida es ese continuo morir y renacer, entregar y ser fecundos. Estamos hechos para dar, para salir, para amar. No tengamos miedo a vivir, a arriesgar. Dejémonos llevar por esas intuiciones del corazón que nos animan a ir más allá. Solo se vive si hay algo o alguien por lo que somos capaces de darlo todo, sin reservas.
Y, cuando lo hacemos, aunque muchas veces cueste, aunque no siempre sepamos dónde terminaremos si realmente nos dejamos fluir, nuestra vida extrae un potencial insospechado, se vuelve maravillosamente fecunda.” (Jacqueline Rivas, Hesed)


Varios de sus Hermanos… se han entregado para ir a llevar hasta los confines del mundo el santo Evangelio de Jesucristo; han dejado todo, han sacrificado todo por esto. Y desde el fondo de esos lejanos países donde se encuentran, les dicen: ‘Ustedes que son nuestros hermanos, imítennos; si no es dejando a sus padres y a su patria para ir a evangelizar a los negros, por lo menos evangelicen a esa multitud de niños que les son confiados y que, si ustedes los abandonan, si los privan de sus cuidados, quedarán expuestos a todo género de seducciones. Como nosotros, merecerán la hermosa y rica corona de los apóstoles. Si experimentan disgustos, privaciones, si sufren alguna cosa, recuerden lo que sufrimos en estos ardientes países; comparen sus penas, sus fatigas con las nuestras, y les parecerán más livianas…’ ¡Mañana, hermanos míos, mañana la eternidad! (Retiro a los Hermanos, S. VII p. 2221- 22)

Sé como el grano de trigo que cae
en tierra y desaparece.
Y aunque te duela la muerte de hoy,
mira la espiga que crece.

Un trigal será mi Iglesia
que tomará mis entregas,
fecundadas por la sangre de Aquél 
que dio su vida por ella.

Ciudad nueva del amor,
donde vivirá el pueblo,
que en los brazos de su dueño nació,
sostenido de un madero.

Yo mi vida he de entregar,
para aumentar la cosecha,
que el sembrador al final buscará
y dejará ser eterna.

Y un día al Padre volveré
a descubrir el secreto
de la pequeña semilla, que fiel,
cobró su herencia en el cielo.