Apocalipsis 11,19; 12, 1-6. 10Salmo 44, 10-12. 15-161ª Corintios 15, 20-27
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.María dijo entonces:Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora.En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Es una de esas ‘grandes cosas’ la que celebramos hoy: María es asunta al cielo: pequeña y humilde, es la primera en recibir la gloria más alta. Ella, que es una criatura humana, una de nosotros, llega a la eternidad en cuerpo y alma. Y allí nos espera, como una madre espera que sus hijos vuelvan a casa. En efecto, el pueblo de Dios la invoca como «puerta del cielo». Nosotros estamos en camino, peregrinos hacia la casa de allá arriba. Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asunta a la gloria de Jesucristo resucitado, y esa criatura sólo podía ser ella, la Madre del Redentor. Vemos que, en el paraíso, junto con Cristo, el nuevo Adán, está también ella, María, la nueva Eva, y esto nos da consuelo y esperanza en nuestra peregrinación aquí abajo.La fiesta de la Asunción de María es una llamada para todos nosotros, especialmente para los que están afligidos por las dudas y la tristeza, y miran hacia abajo sin poder levantar la mirada. Miremos hacia arriba, el cielo está abierto. No infunde miedo, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una madre que nos espera y es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con delicadeza. Como toda madre, quiere lo mejor para sus hijos y nos dice: “Son preciosos a los ojos de Dios; no están hechos para las pequeñas satisfacciones del mundo, sino para las grandes alegrías del cielo”. Sí, porque Dios es alegría, no aburrimiento. Dios es alegría. Dejémonos llevar por la mano de la Virgen. Cada vez que tomamos el Rosario en nuestras manos y lo rezamos, damos un paso adelante hacia la gran meta de la vida.Dejémonos atraer por la verdadera belleza, y no absorber por las pequeñeces de la vida. Escojamos, en cambio, la grandeza del cielo. Qué la Santísima Virgen, Puerta al Cielo, nos ayude a mirar con confianza y alegría cada día al lugar donde está nuestro verdadero hogar, donde está Ella, que como Madre nos espera. (Papa Francisco, 15-08-2019)
MÁXIMAMaría, ruega por nosotros
Según San Bernardo, la Asunción de María no es menos inefable que la generación del mismo Verbo. La generación del Verbo es un misterio de abajamiento, la asunción de María es un misterio de gloria, pero tanto el uno como el otro están por encima de nuestros pensamientos. Todo lo que podemos decir es que estos dos misterios están íntimamente unidos, porque habiéndose dignado Jesucristo en tomar en el seno de María un cuerpo semejante al nuestro, era justo que la preservase de la corrupción de la tumba como la había preservado del pecado original y de sus consecuencias. Era justo que la elevase en el cielo por encima de toda cosa creada puesto que ninguna criatura había estado unida tan íntimamente a él y ninguna se había asociado tan perfectamente a sus dolores y a su sacrificio”. (S 72)
Junto a ti, María,como un niño quiero estar.Tómame en tus brazos,guíame en mi caminar.Quiero que me eduques,que me enseñes a rezar.Hazme transparente,lléname de paz.Madre, madre, madre …Gracias, madre mía,por llevarnos a Jesús.Haznos más humildes,tan sencillos como tú.Gracias, madre mía,por abrir tu corazón,porque nos congregasy nos das tu amor.