Santa Juana Francisca de Chantal

Ezequiel 1, 2-5. 24-28
Salmo 148, 1-2. 11-14

Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo matarán y al tercer día resucitará.
Y ellos quedaron muy apenados.
Al llegar a Cafarnaúm, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: ¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?
Sí, lo paga, respondió.
Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: ¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?
Y como Pedro respondió: ‘De los extraños’, Jesús le dijo: Eso quiere decir que los hijos están exentos.
Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti.

Desde tiempos antiguos, los judíos que habían vuelto del destierro de Babilonia, se comprometieron solemnemente, en asamblea, a pagar diversos impuestos para que el culto en el Templo pudiera seguir funcionando y cuidar la manutención, tanto del servicio sacerdotal como el edificio del Templo (Nehemías 10, 33-40).
Como sólo Mateo trae este relato y su comunidad está formada mayoritariamente por judíos convertidos, es lógico pensar que era una pregunta que se hacía su comunidad: ¿Debemos seguir pagando el impuesto al Templo, ahora que somos cristianos? Más adelante planteará el tema del impuesto a los romanos (22, 15-22) y ahí Jesús zanjará el tema con mucha sencillez.

El ser cristianos no nos desliga de las obligaciones de la vida civil, donde estamos insertos. Pero sí que debemos tener claro lo que Jesús dice de sí mismo: Se sabe hijo del Rey y tiene conciencia clara que todo le pertenece. Somos hijos, no empleados de un Dios, que no es ‘patrón’ en su reino, sino Padre. Dios no es como los reyes y gobernantes de la tierra, que exigen a otros lo que ellos no están dispuestos a hacer y menos a dar. Dios dio todo para que nosotros, pecadores, seamos sus hijos, sus herederos, su familia. Sin embargo, muchas veces vivimos como si fuéramos huérfanos, solos en medio del universo infinito. Decía Camus, que “el hombre es la única criatura que se niega a ser quien es”. No lo olvidemos: Somos hijos de una Padre que está loco de amor por nosotros.


MÁXIMA
Somos hijos amados de Dios


Tener mucho cuidado de no perder esta libertad de espíritu, esta admirable y dulce libertad de los hijos de Dios, sin la cual no se hace ningún bien. Para conservarla, es necesario unirse estrechamente a Dios, caminar en su presencia con un corazón en el que reina la paz. (Memorial 16 17)

Digan lo que digan,
hagan lo que hagan,
hay una verdad que siempre está.
No fue por mis obras,
me lo ha concedido
Y esto nadie me lo quitará.

Soy hijo del Rey,
soy hijo del Rey,
soy hijo del Rey de reyes.

Gracias sean dadas
a Dios Padre bueno
que en su Hijo Él nos adoptó.
somos coherederos de sus bendiciones,
hijos en el Hijo, ¡Sí, Señor!