San Ezequiel Moreno – Beato Gregorio Martos

Ezequiel 24, 15-24
Deuteronomio 32, 18-21 (Salmo)

Se le acercó un hombre y le preguntó: Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?
Jesús le dijo: ¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno sólo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos.
¿Cuáles?, preguntó el hombre.
Jesús le respondió: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El joven dijo: Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?
Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.
Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.

El Evangelio no nos dice el nombre de ese joven, lo que sugiere que puede representar a cada uno de nosotros. Además de poseer muchos bienes, parece estar bien educado e instruido, y también animado por una sana inquietud que le impulsa a buscar la verdadera felicidad, la vida en plenitud. Por eso se pone en camino para encontrar una guía autorizada, creíble y fiable. Encuentra esa autoridad en la persona de Jesucristo y por eso le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?» Pero el joven piensa en un bien que se puede ganar con su propio esfuerzo…

Jesús le indica la primera etapa que debe recorrer, que es aprender a hacer el bien a los demás: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos»... Pero el joven responde que siempre lo ha hecho y que se ha dado cuenta de que no basta con seguir los preceptos para ser feliz. Entonces Jesús posa en él una mirada llena de amor. Reconoce el deseo de plenitud del joven en su corazón y su sana inquietud que le lleva a buscarla; por eso siente ternura y cariño por él.

Jesús también comprende cuál es el punto débil de su interlocutor: está demasiado apegado a los muchos bienes materiales que posee. El Señor por eso le propone un segundo paso a dar, el de pasar de la lógica del “mérito” a la del don: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo» … Es la llamada a una mayor madurez, a pasar de los preceptos observados para obtener recompensas al amor gratuito y total. Jesús le pide que deje todo lo que lastra el corazón y obstaculiza el amor. Lo que Jesús propone no es tanto un hombre despojado de todo sino un hombre libre y rico en relaciones. Si el corazón está abarrotado de posesiones, el Señor y el prójimo se convierten sólo en una cosa entre otras. Nuestro tener demasiado y querer demasiado sofocan nuestro corazón y nos hacen infelices e incapaces de amar.

Finalmente, Jesús propone una tercera etapa, la de la imitación: «¡Ven! Sígueme». Ser discípulo de Jesús significa hacerse conforme a él. A cambio, recibiremos una vida rica y feliz, llena de rostros de muchos hermanos y hermanas, y padres y madres e hijos… Seguir a Cristo no es una pérdida, sino una ganancia incalculable, mientras que la renuncia se refiere al obstáculo que impide el camino.

Ese joven rico, sin embargo, tiene su corazón dividido entre dos amos: Dios y el dinero. El miedo a arriesgarse y a perder sus posesiones lo hace volverse a casa triste: «Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes«. No había dudado en plantear la pregunta decisiva, pero no tuvo valor para aceptar la respuesta, que es la propuesta de “desatarse” de sí mismo y de las riquezas para “atarse” a Cristo, para caminar con Él y descubrir la verdadera felicidad. (Papa Francisco. 29-06-21)


MÁXIMA
«Ven y sígueme»


Tomo la resolución sincera de esforzarme, en el futuro, con la ayuda de la gracia, en ser humilde, dulce, paciente, obediente, casto, resignado como él. Y lo mismo que él se ha ofrecido totalmente por mí al Padre, quiero darme a él sin reservas ni compromisos. Dios quiere que yo sea un santo y yo también quiero serlo al precio que sea. (Sermón sobre la perfección, 1839)

Tú eres mi fuerza y mi canción,
tú mi riqueza y mi porción.
¡Tú eres mi todo, oh Señor!

Tú eres la perla que encontré,
por darte todo yo opté.
¡Tú eres mi todo!

Cristo, Cordero, digno eres tú.

Veo mi pecado y mi dolor,
y tú me ofreces el perdón.
¡Tú eres mi todo, oh Señor!

De tu presencia tengo sed,
sólo tu rostro quiero ver.
¡Tú eres mi todo!


EZEQUIEL MORENO DÍAZ (1848-1906) fue un sacerdote agustino recoleto español. Ordenado sacerdote en Manila, Filipinas, se destacó como misionero. Fue luego obispo de Pasto en Colombia, donde se ganó el cariño de la gente por su generosidad.  Sufrió los horrores de la guerra civil y del anticlericalismo y del hostigamiento a la Iglesia católica. Enfermo de cáncer, regresó a España donde falleció.

GREGORIO MARTOS MUÑOZ (1908-1936) fue un sacerdote muerto durante la guerra civil española. Sus padres emigraron a la Argentina en busca de un futuro mejor y se instalaron en Chilecito, provincia de la Rioja. Allí nació Gregorio. Pero cuando tenía 10 años toda la familia regresó a España. Ingresó en el Seminario de Granada. Fue formador en el Seminario menor y trabajó durante 3 años en la parroquia de Ejido, donde dejó huellas por su generosidad y entrega. Detenido apenas iniciada la persecución religiosa, luego de pasar por varias cárceles y sufrir torturas, fue ajusticiado junto con otros presos. Fue beatificado en el año 2017.