Ezequiel 34, 1-11Salmo 22, 1-6
Jesús dijo a sus discípulos: Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: «Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo». Y ellos fueron.Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: «¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?» Ellos les respondieron: «Nadie nos ha contratado». Entonces les dijo: «Vayan también ustedes a mi viña».Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: «Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros».Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: «Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada».El propietario respondió a uno de ellos: «Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?». Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.
Había mucha necesidad en la viña y este señor pasó casi todo el tiempo yendo por las calles y las plazas del pueblo buscando trabajadores. Al respecto, ha invitado a pensar en los que buscó a última hora, nadie les había llamado, quién sabe cómo podían sentirse, porque al final del día no habrían llevado a casa nada para dar de comer a los hijos.¿Quién dice que ya no hay trabajo? Jesucristo, en esta parábola, viene a ofrecernos uno: el trabajo por su viña, por su Iglesia. ¿Y con qué moneda nos pagará? Con la vida eterna.Es necesario ver cuánta necesidad hay en el mundo. No sólo en las misiones; también en nuestra ciudad, en nuestra parroquia, quizás también en nuestra propia familia. Porque a unos les falta el pan y a otros el alimento espiritual, que es la palabra de Dios. ¡Qué importa la edad o los medios que tengamos! Cada uno tiene una vocación muy concreta que Dios le ha regalado, una misión insustituible. ¿Cuál es la mía? Mi primera misión es la de ser cristiano, por algo estoy bautizado. Y un cristiano lo es en la medida que da testimonio con su vida.¿Hay otras maneras de trabajar en la viña del Señor? Desde luego: la oración, el consejo acertado, la ayuda económica, etc. Hay que echarle un poco de imaginación, y seguro que encontraremos un apostolado que nos venga a la medida. Y si no, pregúntale a tu párroco.Cristo te necesita. Necesita tus manos, tu inteligencia, tu servicio para hacer algo por los demás. Decídete a ser un apóstol y prepárate para el premio de la vida eterna
MÁXIMA
Todos los que trabajan, como nosotros, por engrandecer el patrimonio y el reinado de Jesucristo nos sean siempre muy queridos; interesémonos por sus obras, por sus trabajos, tanto como por los nuestros. Alegrémonos por todos los servicios que prestan a nuestra madre; y si se siente felices porque son mayores que los nuestros, lejos de entristecernos, bendigamos al Señor, y pidamos que multiplique por cien a estos obreros llenos de celo; pidámosle como Moisés, que envíe a los que deba enviar; ¿qué seamos nosotros o qué sean otros, ¿qué importa si la verdad se extiende, brilla, ilumina los espíritus y su Iglesia es exaltada? (A los novicios de la Congregación de S. Méen)
Me enseñó la arena que mi huella dejaréy que no serán mis pies los que me guíen.Aprendí del tiempo que no lo puedo tener,que lo pienso y ya se fue, sin que lo mire.Y, más que perderlo, quiero tiempo ganar,compartiendo amor que dure una eternidad.Voy donde me digas, si tú vas.Tu palabra, mi camino alumbrará.Puede llover, pero mi fuego no se apagará.Dame una montaña, un lugar,dame una ciudad que quieras conquistary allí estaré, cuenta conmigo.Tuyas son mis horas, tuyo es todo lo que ves,imperfecto, tal cual es, pero te sigo.Tuyas son mis fuerzas, tómame como a Caleb,y en la guerra cúbreme, escudo mío.Tu llamado es claro y es hermosa tu voz.Mi Señor, te entrego todo mi corazón.
Señor, haz que yo sea tu testigo, para comunicar tu enseñanza y tu amor. Concédeme poder cumplir la misión de catequista, con humilde y profunda confianza. Que mi catequesis sea un servicio a los demás, una entrega generosa y viva de tu Evangelio. Recuérdame continuamente que la fe que deseo irradiar, la he recibido de Ti como don gratuito. Ayúdame a vivirla con responsabilidad para conducir a Ti a los que me confías. Hazme verdadero educador de la fe, atento a la voz de tu Palabra, amigo sincero y leal de los demás, especialmente de mis compañeros catequistas. Que sea el Espíritu Santo quien conduzca mi vida para que no deje de buscarte y quererte; para que no me venza la pereza y el egoísmo, para combatir la tristeza. Señor, te sirvo a Ti y a la Iglesia unido a tu Madre María; que como ella yo sepa guardar tu Palabra y ponerla al servicio del mundo. Amén. (San Juan Pablo II)