Domingo XXI


Josué 24, 1-2a. 15-17.18b
Salmo 33, 2-3.16-23
Efesios 5, 21-32

Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: ¿También ustedes quieren irse?
Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.

En la primera lectura de Josué hemos leídos unos brevísimos párrafos de la renovación de la Alianza realizada por todas las tribus de Israel en Siquém. Allí Josué hace memoria agradecida del actuar de Dios en favor de Israel desde Abraham hasta esos días, narrando apasionadamente algunos hechos que marcaron la vida del pueblo y cierra con una pregunta que invita a jugársela: ¿a quién quieren servir: a los dioses o al Señor?

Josué se pronuncia para que no haya dudas respecto de su posicionamiento: ¡Mi familia y yo, serviremos al Señor! El pueblo responde al unísono diciendo: lejos de abandonar al Señor, lo serviremos, ya que él es nuestro Dios. Josué quiere ser claro y no deja de aclarar las implicancias que tiene optar por el Señor, pero el pueblo vuelve a confirmar su decisión: ¡Al Señor serviremos y al él escucharemos!

Vos, yo, nosotros: mirando nuestra historia, historia salvífica sin dudas, ¿qué querés hacer, a quién querés servir, a quién querés escuchar? Seguro, que a la primera nos sale: ‘al Señor’; y… ¿a la segunda y a la tercera? ¡Ojalá hagamos nuestras las palabras de Pedro al final del evangelio de hoy!

‘Según el evangelista, dice Pagola, Jesús resume así la crisis que se está creando en su grupo: «Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de ustedes no creen». Es cierto. Jesús introduce en quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el programa que propone puede generar un movimiento capaz de orientar el mundo hacia una vida más digna y plena.

Pero, no por el hecho de estar en su grupo, está garantizada la fe. Hay quienes se resisten a aceptar su espíritu y su vida. Su presencia en el entorno de Jesús es ficticia; su fe en él no es real. La verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es ésta: ¿creemos o no creemos en Jesús?

El narrador dice que «muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo»En la crisis se revela quiénes son los verdaderos seguidores de Jesús. La opción decisiva siempre es ésa: ¿quiénes se echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu y su vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?

El grupo comienza a disminuir. Jesús no se irrita, no pronuncia ningún juicio contra nadie. Sólo hace una pregunta a los que se han quedado junto a él: «¿También ustedes quieren marcharse?». Es la pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia: ¿Qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús, acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?

La respuesta de Pedro es ejemplar: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se quedan, lo han de hacer por Jesús. Sólo por Jesús. Por nada más. Se comprometen con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie más.

Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida’.

Lazos de Jesús con sus discípulos:
Son lazos signados por la libertad. No obliga a nadie ni quiere que nadie se quede porque no tenga otras opciones o porque nadie le haya hecho la pregunta. Cuando comienza la deserción Jesús no se agita ni angustia, sino que incluso, cuestiona a los que se quedan. Sus relaciones están signadas por la libertad. No quiere dependencias de ninguna índole, invita al seguimiento y punto. La respuesta es tuya con todas las letras e igualmente te seguirá amando. El seguimiento de Jesús es libre o no es seguimiento. ¿Cómo eres tú en tus relaciones: dejas en libertad, eres posesivo, te preocupa que te respondan o sean fieles?


¡Gloria a Dios que les ha inspirado esta resolución (consagración) y que les dará la fuerza para cumplirla! ¡Paz a ustedes! Pues son de esos hombres de buena voluntad a los que los ángeles la anunciaron y la prometieron cuando Jesús nuestro Salvador apareció en el mundo y a todos nos dio ejemplo de pobreza, de humildad, de abnegación completa de sí mismo. Tienen el deseo de seguir sus huellas, de ser a su ejemplo mansos y humildes de corazón, de ser como Él obedientes a la voluntad del Padre celeste hasta la muerte. (Sermón en ocasión de votos. S. VII, p. 2375-2376)

Si eres Tú el pan bajado del Cielo
de qué me vale dar la espalda y andar.
Por mi mente no ha pasado marcharme;
conoces todo lo que hay en mi pensar.
Tu Espíritu nos da la vida
y estamos aquí para seguirte.

¿A quién iremos
si sólo Tú tienes Palabras de vida,
de vida eterna?
En Ti creemos, Jesús.
Sabemos que eres el Santo,
el Santo eterno, el mismo Dios.
¿A quién iremos, Señor?

Soy sincero, este lenguaje es muy duro.
Si tú lo dices yo te sigo, Señor,
pues vale más estar un día en tus atrios,
que estar mil días muy lejos de Ti.
Tu Espíritu nos da la vida
y estamos aquí para seguirte.

¿Señor, a quién iremos
si tú eres nuestra vida?
¿Señor, a quién iremos
si tú eres nuestro amor?

¿Quién como tú conoce
lo insondable de nuestro corazón?
A quién como a ti le pesan
nuestros dolores, nuestros errores?
¿Quién podría amar cómo tú
nuestra carne débil,
nuestro barro frágil?

¿Quién como tú confía
en la mecha que humea
en nuestro interior?
¿Quién como tú sostiene
nuestra esperanza malherida
y nuestros anhelos insaciables?
¿Quién como tú espera
nuestro sí de amor?


MARÍA DEL TRÁNSITO EUGENIA DE LOS DOLORES CABANILLAS (1821-1885) nació en la actual Villa Carlos Paz, Argentina. Luego pasó a estudiar a la ciudad de Córdoba. Se unió a la Tercera Orden de San Francisco. Pasó por un convento de Carmelitas de Buenos Aires y por uno de las Hermanas de la Visitación en Montevideo, pero debió retirarse por su salud. En 1878 fundó la congregación de las Hermanas Misioneras Terciarias Franciscanas con ayuda de 2 compañeras y un sacerdote franciscano. Fue una mujer prudente, dotada de gran capacidad de discernimiento y un corazón enamorado de Jesús. Pasó su vida sirviendo a los pobres, enfermos y necesitados y se entregó a la educación cristiana de la mujer. Fue declarada beata por el Papa Juan Pablo II en el año 2002.

ALESSANDRO DORDI (1931-1991) fue un sacerdote italiano asesinado por Sendero Luminoso en Perú. A los 18 años ingresó al seminario. Al ordenarse sacerdote, cuando tenía 23 años fue a trabajar entre los campesinos y los que sufrieron inundaciones en los años 50. Después pasó a un poblado de Suiza y acompañó por 14 años como capellán a los emigrantes italianos. Quería ser misionero en Burundi, pero fue enviado a Perú, al departamento de Ancash, al poblado de Santa. Pocos días antes de su asesinato, Sendero Luminoso había acabado con la vida de los padres polacos Michael Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski. El obispo le había dado permiso para irse del lugar, pero prefirió permanecer al lado de la gente. El 25 de agosto, cuando iba con dos seminaristas, fue detenido e inmediatamente asesinado por los guerrilleros. Fue beatificado por el Papa Francisco en el año 2015.