Martirio de San Juan Bautista


Jeremías 1, 17-19
Salmo 70, 1-6. 15. 17

Herodes había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado, porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano».
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.
Ella fue a preguntar a su madre: ¿Qué debo pedirle?
La cabeza de Juan el Bautista, respondió esta.
La joven volvió rápidamente a donde estaba el rey y le hizo este pedido: Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla.
En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan.
El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

El drama de la muerte de San Juan siempre me ha conmovido y me ha dejado de una pieza, al constatar cuan poco puede valer la vida de una persona para un truhán y cuanta responsabilidad cabe en nosotros por hacer la vista gorda frente a todo lo que sucede, porque simplemente no nos compete o no nos toca, sin reparar en que lo que dejamos que hagan con otros, que suceda con otros; un día puede ocurrir con nosotros mismos y tampoco a nadie le importará.

No se trata de responder violentamente, porque eso no sería cristiano. Sin embargo, sí de solidarizarse y ver la forma de aunar voluntades para contrarrestar la injusticia, la maldad y el egoísmo. Debemos hacer esfuerzos por no dejarnos convertir en entes individuales y ajenos a los demás. Hemos sido creados para el amor, y esto tiene que ver con vivir en familia, en comunidad, velando unos por otros y procurando siempre el bien común.

La historia está plagada de ejemplos de acatamiento a la autoridad por los subordinados, sin ningún reparo en las consecuencias, y esta no es la excepción. Nos preguntamos qué pasaría por la cabeza de aquellos verdugos que seguramente también conocían a San Juan. Tal vez estaban acostumbrados a satisfacer los caprichos de su sanguinario jefe, al punto que nada, ni si quiera la mueca que pudieron esgrimir ha quedado registrada. Eso sí, presurosos trajeron la cabeza en una bandeja. ¿Qué más da lo que nos mandan nuestros jefes, algunos de los cuales son tan infelices y desadaptados como Herodes? Siempre nos encontrarán dispuestos a acatar, con tal de salvar nuestro pellejo. Todo, con tal de ser reconocido y ascendido hasta llegar a ser uno mismo el que da las órdenes.

Toda esta cultura de violencia y muerte, que se edifica en torno al poder y al dinero es la que hemos de rechazar si de verdad queremos seguir a Cristo.

Padre Santo, que no sigamos indiferentes las trágicas noticias que se suceden una tras otra en nuestro mundo y especialmente en nuestra localidad. Que asumamos una actitud crítica y sobre todo solidaria con los que sufren, que vaya mucho más allá de un simple gesto… Amén. (Miguel Damiani, Roguemos al Señor)


MÁXIMA
Escucha la realidad de tu entorno


La vida del hombre sobre la tierra es una lucha continua: tenemos que estar siempre armados y siempre dispuestos a rechazar los continuos ataques del enemigo de nuestra salvación: pero cuanto más terrible sea esta lucha, mayores serán también nuestros méritos; este pensamiento debe consolarnos y animarnos a perseverar hasta el fin: luego, querido hijo, vendrá la recompensa eterna si nos hemos hecho dignos de ella. (Al H. Urbain, 24 de mayo de 1841)

Al otro lado del río,
de este gran río Jordán,
hay un profeta que anuncia:
¡Ya viene la salvación!
Se llama Juan el Bautista,
el precursor de Jesús.

Viste de piel de camello,
come raíces y miel,
su testimonio es tan fuerte
que todos van hacia él.
Él los bautiza con agua
hasta que viene Jesús.

Es el lugar donde un día
Juan bautizaba a Jesús,
mientras que el cielo se abría
y se escuchaba una voz,
que confirmaba que Cristo
era el Hijo de Dios.

Y ahora que estoy de este lado
de este gran río Jordán,
oigo la voz del Bautista
que me repite otra vez:
¡Hay que allanar los caminos
porque ya viene Jesús!