Santa Rosa de Lima


2ª Corintios 10, 17-11,2
Salmo 148, 1-2. 11-14

Jesús dijo a la multitud: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

Jesús cuenta dos breves parábolas. En ambos relatos, el respectivo protagonista se encuentra con un tesoro enormemente valioso o con una perla de valor incalculable. Los dos reaccionan del mismo modo: venden todo lo que tienen y se hacen con el tesoro o con la perla. Es, sin duda, lo más sensato y razonable.

El reino de Dios está “oculto”. Muchos no han descubierto todavía el gran proyecto que tiene Dios de un mundo nuevo. Sin embargo, no es un misterio inaccesible. Está “oculto” en Jesús, en su vida y en su mensaje. Una comunidad cristiana que no ha descubierto el reino de Dios no conoce bien a Jesús, no puede seguir sus pasos.

El descubrimiento del reino de Dios cambia la vida de quien lo descubre. Su “alegría” es inconfundible. Ha encontrado lo esencial, lo mejor de Jesús, lo que puede transformar su vida. Si los cristianos no descubrimos el proyecto de Jesús, en la Iglesia no habrá alegría.

Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma decisión: “venden todo lo que tienen”. Nada es más importante que “buscar primero el reino de Dios y hacer su voluntad, y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mateo 6, 33). Todo lo demás viene después, es relativo y ha de quedar subordinado al proyecto de Dios.

Ésta es la decisión más importante que hemos de tomar en la Iglesia y en las comunidades cristianas: liberarnos de tantas cosas accidentales para comprometernos en el reino de Dios. Despojarnos de lo superfluo. Olvidarnos de otros intereses. Saber “perder” para “ganar” en autenticidad. Si lo hacemos, estamos colaborando en la conversión de la Iglesia. 


MÁXIMA
Descubre la misericordia de Dios


Amemos, por encima de todo, el Reino de Dios y los bienes futuros. Tengamos cuidado en no dejarnos deslumbrar por los vanos resplandores del mundo” (Sermón sobre la Asunción)

Los exhortamos a que busquen ante todo el Reino de Dios y su justicia. No trabajen en amasar tesoros en la tierra. Pongan su deseo en el cielo. Nada podrá arrebatárselo, y cuando el justo Juez venga les dará y coronará su frente con una corona de gloria inmortal que nada podrá marchitar” (Circular ordenando un Te Deum)

Providencia de mi Dios
¡Oh, madre mía, que tanto amamos!
Te adoramos, te bendecimos,
nos entregamos a ti.

Haz de nosotros todo cuanto quieras
en la grandeza o en la humillación,
en la riqueza, como en la pobreza,
en la salud o en la enfermedad.

ISABEL FLORES DE OLIVA (1586-1617), más conocida como ROSA DE LIMA fue una mística terciaria dominica peruana. Su padre era español y su madre, indígena. El arzobispo Toribio de Mogrovejo la confirmó con el nombre de Rosa. Le dolía mucho la situación de los pueblos originarios maltratados. Hizo voto de virginidad y no pudiendo ser monja, por oposición de su padre, ingresó en la Tercera Orden de Santo Domingo. A partir de allí se recluyó en una ermita que había construido con su hermano en el huerto de su casa. Sólo salía para visitar el templo de Nuestra Señora del Rosario y atender las necesidades espirituales de los indígenas y los negros de la ciudad. Falleció de tuberculosis a los 31 años. Fue canonizada en el año 1671 por el papa Clemente X.