San Ramón Nonato


1ª Corintios 1, 26-31
Salmo 32, 12-13. 18-21

Jesús dijo a sus discípulos: El reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.
En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos. Pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores.
El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco: «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado».
«Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor».
Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado».
«Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor».
Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!»
Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses.
Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes”.

En este pasaje pareciera descubrirse un Dios severo, un Dios ambicioso que sólo se preocupa por su dinero y por la eficacia de sus empleados. Pero necesito no quedarme en lo superficial de tu Evangelio sino poder ir a lo profundo, a la enseñanza que me quieres dejar.

Algo en lo que podría fijar mi mirada es que no dejas a ningún obrero sin talento. A todos les das algo con lo cual puedan fructificar. A uno le das diez, a otro cinco, a otro uno. Y a mí, ¿cuántos me has dado? Dame la gracia de descubrir cuáles son esos talentos y ayúdame a no compararme con aquellos que puedan tener más o mejores talentos que los míos. Tú has repartido los talentos de acuerdo a la capacidad de cada uno.

Los talentos no son un derecho. Son un regalo que tu amor me hace. Generalmente un regalo se recibe para usarlo, ponerlo en acción, compartirlo. No lo recibo para guardarlo sin abrir y mantenerlo ajeno a mi vida.

Esto fue lo que hizo aquel siervo del Evangelio. No se detuvo a valorar la confianza que le había dado su señor, ni lo valioso del único talento que poseía, ni lo mucho que podía ganar con él. Simplemente recibió y escondió, desenterró y entregó.

Dame la gracia, Señor, de poner a trabajar los regalos, los talentos que me has dado. Que no tema arriesgar los talentos que me has dado para así hacerlos multiplicar. Dame la confianza necesaria para poner toda mi vida al ruedo y así crecer en mi plenitud personal y en la extensión de tu Reino. (Catholic.net)


Si tienen más talentos que sus hermanos, sean más humildes que ellos, y no se imaginen que por eso van a ser más útiles a la congregación o incluso necesarios. Sin duda sería una locura. Tengo que advertirles de no caer en tan deplorable error, porque la experiencia nos enseña que esto puede meterse en la cabeza de algunos hermanos. Los antiguos de la congregación se acordarán que había tres o cuatro que estaban persuadidos que la suerte de la congregación dependía de ellos… se creyeron grandes hombres, soñaron no sé qué insensatos proyectos de gloria y de fortuna, y los pobres hijos ¡sencillamente se han perdido! (Sobre la obediencia S VII, 2323-2327)

Vivir con miedo nos ata.
El miedo provoca la distancia,
nos mete hacia adentro
y guardamos las alas
sin más intención que cuidarlas.

Volar sin miedo nos lanza
a vivir y colmar esperanzas;
nos lleva hacia otros
y a sueños que alcanza
tan sólo quien estrena sus alas.

Amar es reinventar cómo dar vida,
es hacer fecundo y fértil cada día,
es quererme como soy
y respetar lo que otro ansía
y ponerme a trabajar sin garantías.

Amar es creer que la alegría
no puede guardarse
porque se marchita;
es no parar el agua
para que corra siempre limpia
y compartirla como don
que nos habita.

Amar es vencer el miedo que paraliza
pues vivir sin arriesgar,
es embalsamar la vida;
no perder y no ganar por no errar;
es cobardía regalar cada talento,
es lo que el mundo necesita.