San Raimundo de Peñafort


1ª corintios 4, 6-16
Salmo 144, 17-21

Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían.
Algunos fariseos les dijeron:¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?
Jesús les respondió: ¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?
Después les dijo: El hijo del hombre es dueño del sábado.

En este texto San Lucas presenta a los discípulos de Jesús arrancando y comiendo trigo nuevo en un día sábado. Los fariseos, que por la ley buscan a Dios, dicen que no era lícita esa actividad en ese día. Jesús responde haciendo referencia 1S 21,1-7 en donde David se alimenta de los panes consagrados a Dios. Él realiza lo que esperaba y lo que representaba David: alimentarse no de los panes consagrados a Dios sino del mismo Dios. Jesús es el pan sagrado que se da como don, el Señor del sábado se ha convertido en trigo de vida.

La escena termina con una afirmación que se transforma en central: el Hijo del Hombre es Señor del sábado. Jesús es el sábado de Dios, es el alimento que se entrega como don, y que ninguna ley puede otorgar. Quien vive de este sábado, vive de Dios y para Dios, vive del amor primero.

El evangelista continúa hoy desarrollando el tema del banquete de bodas, del alimento que necesitamos para vivir y crecer como hijos de Dios. Todos estamos invitados a alimentarnos del Pan de la Palabra y del Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios, que hace crecer en nosotros la vida fraterna y nos anima a ofrecer los frutos de este don a la comunidad en la que vivimos.

Que nuestros fundadores, que se alimentaron de este pan, nos ayuden e iluminen con su vida y ejemplo a vivir y crecer en fraternidad.


Los cuerpos alimentan los cuerpos, pero el alma es vida y su pan es Dios mismo. (Memorial 106).

Invitarte a mi casa a jugar
y prestarte colores para dibujar.
Quedarnos un retiro a charlar.
Preguntarte ¿qué pasa?, si te veo mal,
escuchando lo que me querés decir
y diciéndote lo que tenés que oír.
Esperando lo que el tiempo da,
festejando cada paso que das.

Artesanos de fraternidad,
que parece que miran lo que aún no está.
Artesanos de fraternidad,
que se juegan las manos
tan sólo soñando el final.

No dejarte tirado jamás;
que siempre en el grupo tengás un lugar.
Confiarte lo que me hace llorar
y guardar los secretos que quieras guardar.
Ayudarte a ver lo que te sale mal,
comentándole a todos lo bien que vas.
Buscando lo que no encontrás.