San Nicolás de Tolentino

1ª Corintios 6, 1-11
Salmo 149, 1-6. 9

En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades.
Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Al amanecer, tras una noche de oración, Jesús toma una decisión trascendental: escoger a los doce apóstoles. Estos hombres, con sus virtudes y defectos, serán los pilares de su misión en la Tierra. La elección no es aleatoria; es fruto de la oración y la guía divina. En nuestra vida diaria, ¿cuántas veces nos detenemos a orar antes de tomar decisiones importantes? ¿Buscamos la guía de Dios en nuestras elecciones?

Los apóstoles, una vez elegidos, no son enviados inmediatamente a predicar. Primero, Jesús los lleva consigo, les forma, los enseña y les muestra su poder sanador. Esta formación es esencial para que puedan llevar a cabo su misión. En la parroquia y en los movimientos apostólicos, es fundamental que nos formemos constantemente, que busquemos aprender y crecer en la fe. No podemos dar lo que no tenemos; por ello, es vital nutrirnos espiritualmente para poder ser instrumentos efectivos de evangelización.

El pasaje también nos habla de la multitud que se acerca a Jesús, buscando sanación y liberación. La gente siente que de Él emana una fuerza que los cura. En nuestra vida diaria, ¿somos capaces de reconocer y acercarnos a aquellos que irradian esa fuerza sanadora? ¿Nos convertimos en reflejo de esa fuerza de Jesús, siendo fuente de sanación y esperanza para los demás?

Jesús no hace distinciones; cura a todos los que se acercan con fe. En nuestra sociedad, muchas veces categorizamos y juzgamos a las personas según su origen, condición social o creencias. Sin embargo, el mensaje de Jesús es claro: todos somos hijos de Dios, merecedores de su amor y misericordia. En la parroquia y en los movimientos, debemos ser inclusivos, acogiendo a todos sin distinción, siendo reflejo del amor incondicional de Cristo.

Finalmente, este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra propia misión. Al igual que los apóstoles, cada uno de nosotros ha sido llamado a ser testigo del amor de Dios en el mundo. No necesitamos grandes gestas; con pequeños actos de amor y servicio en nuestra vida diaria, en nuestro trabajo y en nuestra comunidad, podemos hacer la diferencia y ser luz en medio de la oscuridad.


MÁXIMA
Jesús nos llama a la misión


Los hermanos, profundamente convencidos de la grandeza y de la santidad de su misión, no descuidarán nada para cumplirla bien y ningún sacrificio, aun el de su vida, les parecerá demasiado penoso para ello. (Instrucciones para los H. de la Guadalupe)

El Señor nos envió
a cumplir con la Misión:
En el mundo anunciar la Verdad.
Bautizar y enseñar
la Palabra a los demás
y el poder de Dios trino obrará.
Con nosotros estará
Cristo siempre hasta el final.
Testigos del amor,
oigamos hoy su voz:

Vayan y hagan
discípulos en las naciones.
Vayan y hagan.
Vayan y hagan
discípulos en las naciones.
Vayan y hagan.

Vamos de dos en dos
sin dinero o provisión,
entregados confiemos en Dios.
Él pondrá en nuestra voz
las palabras del Amor
y milagros en nuestra labor.
Mensajeros de la Paz,
sembradores del perdón,
testigos del amor,
sigamos hoy su voz.