Miércoles de la semana 23ª durante el año

1ª Corintios 7, 25-31
Salmo 44, 11-12. 14-17

Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!
De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas.
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien!
¡De la misma manera los padres de ellos traban a los falsos profetas!

Lucas, cuyo Evangelio visualiza más lo social, recuerda que Jesús llamó felices a cuatro tipo de personas: los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos por la fe. Y que se lamentó de los ricos, los satisfechos, los que la pasan muy bien y los adulados por la sociedad.

Son antítesis, como las del canto de María, el Magníficat, al inicio de su Evangelio:  «Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías». (Lc 1, 52-53)El texto va en sintonía también con la primera enseñanza de Jesús en Nazaret, donde dice que Dios lo ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.

Este, sin embargo, no es el mensaje de nuestro mundo, donde consideramos todo lo contrario
Nos admiramos y envidiamos la suerte de los ricos y poderosos y despreciamos o, al menos nos molestan, los que no han tenido tanta suerte en la vida.
Jesús conoce el corazón misericordioso de su Padre Dios. Los más necesitados de sus hijos son los predilectos y no quiere que nada les falte para ser plenamente felices; por eso, compadecido de la multitud que acude a él proclama las Bienaventuranzas.

En la persona de Jesús el Padre Dios está actuando y haciendo realidad el Reino de Dios: los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que son perseguidos encuentran el consuelo y la respuesta de plenitud a las necesidades que lo agobian. El Evangelio hace una advertencia a los autosuficientes, a los que creen no necesitar a Dios para ser plenos;  a esos les dice Jesús: su felicidad es momentánea, pasajera.

Quizás ayude, para interiorizar este Evangelio de la Bienaventuranzas,  preguntarse:¿Es la misericordia de Dios la que hace plena mi vida o es la autosuficiencia la que llena mi corazón?


MÁXIMA
Los predilectos de Dios son los más necesitados


Se dirá el último día a aquellos que no han practicado misericordia hacia sus hermanos: No han traído aquí ningún sentimiento de humanidad, no encontrarán ninguno; han sembrado la dureza, la inhumanidad, recogerán sus gavillas. Han huido a la misericordia, ella se alejará de ustedes. Han despreciado a los pobres, serán despreciados por Aquél que se ha hecho pobre por amor. (S.IX p.2586. Cita de S. Gregorio. Biblia de los padres, p. 464)

Felices aquellos, los de puro corazón,
los que en cada mañana te sonríen con pasión
y te dicen, mirándote con gozo:
«Tenga usted un día hermoso
más amable, más dichoso».

Felices los de limpio mirar,
que no saben de envidias,
los de nunca condenar,
los que nunca te cargan de tristeza
ni te enrostran tu pobreza,
que conocen tu belleza.

Felices los que nunca descansan
en la lucha por la paz,
una paz verdadera, de justicia y libertad;
los que entregan su vida sin medida
por un mundo sin heridas,
sean felices cada día.

Felices los que buscan verdad,
los que luchan por dar
a cada hombre dignidad;
los que al miedo salvaje dan derrota,
dan su sangre gota a gota
y en la tierra son semilla que brota.

Felices los que dicen: «hermano»
con nobleza y sin doblez;
los que saben que el barro
se ha pegado a nuestros pies;
que conocen la pena más profunda,
la alegría donde abunda
y la entrega más fecunda.

Felices los que olvidan tu error
y te saben distinto
y te abrazan sin rencor,
porque ven que tu corazón palpita,
que en tu alma siempre habita
algún sueño que se agita.

Felices los que saben sufrir junto
a tu lado en el dolor
y te dan una mano
que te aprieta con calor;
los que nunca se ríen de tu llanto,
porque sólo un nuevo canto
es su alegría y su encanto.

Felices
los de gran corazón,
que comparten la vida,
regalando un nuevo don;
Y te dan de su pan
y te dan de beber
y a su mesa te sientan
y te llaman hermano.