Santísimo Nombre de María

1ª Corintios 8, 1-4. 13
Salmo 138, 1-3. 13-14. 23-24

Jesús dijo a sus discípulos: Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.
Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.
Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.

En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos y no precisamente para sacárselos de encima. El amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las personas, porque es amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado.

Nuestro Padre no espera a amar al mundo cuando seamos buenos, no espera a amarnos cuando seamos menos injustos o perfectos; nos ama porque eligió amarnos, nos ama porque nos ha dado el estatuto de hijos. Nos ha amado incluso cuando éramos enemigos suyos. El amor incondicionado del Padre para con todos ha sido, y es, verdadera exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar.

Vemos en nuestro mundo cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no sólo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estatus de enemigo. Enemigo por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres. Enemigo por su color de piel, por su idioma o su condición social, enemigo por pensar diferente e inclusive por tener otra fe. Enemigo por… Y sin darnos cuenta esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder. Entonces, todo y todos comienzan a tener sabor de enemistad. Poco a poco las diferencias se transforman en sinónimos de hostilidad, amenaza y violencia.

Queridos hermanos, Jesús no deja de “bajar del monte”, no deja de querer insertarnos en la encrucijada de nuestra historia para anunciar el Evangelio de la Misericordia. Jesús nos sigue llamando y enviando al “llano” de nuestros pueblos, nos sigue invitando a gastar nuestras vidas levantando la esperanza de nuestra gente, siendo signos de reconciliación” (Papa Francisco)


MÁXIMA:
Amen a todos sin distinción


Unámonos, querido amigo, cada vez más, en este inenarrable amor; que todos nuestros pensamientos sean pensamientos de amor; todos nuestros sentimientos, sentimientos de amor, hasta el momento en que nuestra pobre alma exhale en un último suspiro de amor.” (A Bruté de Remur, 25 de mayo de 1810)

Mil diferencias hay
entre tú y yo,
muchas formas de pensar y hablar
y tanta división.

Mil historias y vivencias
y tanta opinión.
Pero él nos llamó a dejarlo atrás
y volver al corazón.

Y ser un buen, buen, buen, buen,
buen hermano.
Y como Cristo ama
aprender a amarnos.
Compartir nuestra mesa,
esperanza y Fe.
y ser un buen, buen, buen hermano.
Y mostrar que Dios es bueno.

Leí en la biblia
las palabras de Jesús.
Mi fe no sirve si lo que aprendí
no lo puedo vivir.
Ama a Dios con tu alma y corazón
como a ti mismo a los demás.
El mundo necesita ver
a Jesús en ti brillar.

Hay lugar para todos en la casa de Dios.
Hay lugar para todos en la casa de Dios.
Y comparte tu mesa, tu esperanza y fe
porque hay lugar para todos
en la casa de Dios, en la casa de Dios.