San Roberto Belarmino

1ª Corintios 12. 12-14. 27-31
Salmo 99, 1-5

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: No llores.
Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: Joven, yo te lo ordeno, levántate.
El muerto se incorporó y empezó a hablar.
Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo.
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

En pocas palabras Lucas nos ha descrito la trágica situación de una mujer: Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba sólo un hijo, pero también éste acaba de morir. La mujer no dice nada. Sólo llora su dolor. ¿Qué será de ella?

El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, “el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores”. Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios.

No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: “No llores”. Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir. No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús lo entrega a su madre para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.

Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.

En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: “Sean compasivos como vuestro Padre es compasivo”.

Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio. No puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando. (Pagola)


MÁXIMA
Seamos compasivos como Jesús


¡Ah, hermanos míos!, si no nos apresuramos a aportar algún remedio a los males que asolan la Iglesia, pronto será imposible curarlos. Dios mío, parece que estamos destinados a asistir en su lecho de muerte a una cristiandad moribunda, a ser testigos de sus agonías y a mezclar dolorosamente nuestros sudores estériles y helados con su última agonía. (Inauguración del seminario menor de Tréguier)

Un día en camino hacia el mar,
en mi auto camioneta familiar,
a través de mi ventana
observé en la distancia la humanidad
en calamidad:

Una madre con sus hijos en el sol,
un joven perdido en alcohol.
Todos en la calle buscando una forma
de comer y de beber.

¡Oh, Dios Mio!
¿Cómo si lo tengo todo
me siento así?
No comprendo mi necesidad
de dar y guardar lo que tengo a ti.

No soy feliz, no puedo más.
Tener un auto y un gran hogar.
Todo lo que tengo no vale la pena
si no hay compasión,
si no hay redención.
¡Oh Dios!

Y ahora sé que alguien no tiene hogar
o trabajo que le pueda sustentar.
Inspiraste mi alma
a dejar mi lugar
y obsequiar compasión.

No me interesa lo material.
Tú amor es lo que quiero llevar,
estas manos a servirte,
nuestras voces a adorarte
y dar amor y aceptación.