Beato José María de Yermos – Santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires

1ª Corintios 15, 12-20
Salmo 16, 1. 6-8. 15

Jesús recorría las ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Me doy cuenta que la lista de aquellos que acompañan al Señor, es una lista extensa. Hay todo tipo de nombres y personas; hombres y mujeres de distintos tiempos y lugares. Cada quien con su historia, cada quien con su vida, pero con algo en común: fueron curados, fueron sanados por Jesús.

Acompañar a Cristo es consecuencia de haber hecho la experiencia de su amor. Acompañar a Cristo es consecuencia de haber experimentado su consuelo, su misericordia; de haber experimentado su mirada ante aquello que yo mismo no soy capaz de ver y aceptar en mí.

Acompañar a Cristo no es cuestión de un momento de fervor o un compromiso que tiene un día establecido en mi semana. Acompañar a Cristo es una decisión que se da cuando se ha experimentado verdaderamente su amor. Yo sé que mi nombre se encuentra en esa lista; yo he sido curado y sanado por Él…, ¿lo quiero acompañar?

Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz -todos la tenemos- para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, que nos libera del egoísmo y del pecado. Se trata de realizar un neto rechazo de esa mentalidad mundana que pone el propio «yo» y los propios intereses en el centro de la existencia: ¡eso no es lo que Jesús quiere de nosotros! Por el contrario, Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada, y auténtica. (P. Francisco, 13 de septiembre de 2015).


MÁXIMA
Seguimos a Jesús porque nos ama


Es en él en quien deben buscar un consolador para sus penas. Es en su misericordia que deben poner toda tu confianza. … Es él quien las invita llamándolas al retiro. En medio del mundo, su gracia, que nunca les ha faltado, no ha podido triunfar sobre su ceguera. Las palabras y los ejemplos de los hombres han sido obstáculos para su regreso a Dios. Pero la misericordia de Dios hoy levanta los obstáculos que parecían insuperables. (Retiro para mujeres)   

Yo te buscaba hasta que te encontré.
Necesitaba de ti.
Tú me llamaste y la puerta te abrí.
Me revelaste tu amor
y hoy, mi Dios,
quiero vivir junto a ti.

Tú te entregaste y moriste por mí.
Me regalaste el perdón.
Ahora tú vives en mí corazón.
Todo lo puedo en ti.
Aquí estoy, todo es tuyo, Señor.

Te seguiré hasta el final.
No quiero ya mirar atrás.
Mi corazón cantará
que tú eres Dios.
Oh oh oh, oh oh oh

Tú eres la meta que quiero alcanzar,
Vida, camino y verdad.
Con mis hermanos vamos a luchar
juntos por la santidad.
Por tu amor
todos podremos cantar.

La cruz delante va
y el mundo queda atrás.
Contigo voy hasta la eternidad.

JOSÉ MARÍA YERMOS Y PARRES (1851-1904) fue un sacerdote mexicano beatificado por Juan Pablo II en el año 1990. Su madre murió al poco tiempo de haber nacido. Ingresó primero con los Paúles, donde fue influenciado por la vida de San Vicente. Luego pasó al seminario de León, siendo ordenado sacerdote en 1879. Se dedicó sin descanso a la actividad pastoral. Fundó escuelas, hospitales, casas de descanso para ancianos, orfanatos y asilos para mujeres. Fundó la congregación de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres.