San Jenaro

1ª Corintios 15, 1-11
Salmo 117, 1-2. 16-17. 28

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume.
Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!
Pero Jesús le dijo: Simón, tengo algo que decirte.
Di, Maestro! -respondió él.
Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?
Simón contestó: Pienso que aquel a quien perdonó más.
Jesús le dijo: Has juzgado bien.
Y volviéndose hacia la mujer, dijo de Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor.
Después dijo a la mujer: Tus pecados te son perdonados.
Los invitados pensaron: ¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz.

Hace ya tiempo escuché que la ternura es el amor puesto en el detalle. Es decir, el amor expresado en las pequeñas cosas que hacen a la vida. Puedo dar un vaso de agua o servir una taza de café de muchas maneras. Las máquinas expendedoras también los hacen. Pero hay personas que hacen que ese vaso de agua o ese café se vuelvan inolvidables por la sonrisa con que lo sirven, la servilleta, no sé, pequeños detalles que hacen de esas cosas triviales algo especial. Lamentablemente, a veces vamos tan de prisa, que nos olvidamos de esto.

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en una comida. El anfitrión se escandaliza porque ha entrado en la sala una mujer de «mala vida» que va directamente hacia Jesús y le lava los pies con sus lágrimas, se los seca con sus cabellos y los besa. Jesús, que se da cuenta de todo, hace caer en la cuenta a Simón de que, aquella mujer, lo ha tratado con más delicadeza y ternura que él.

Simón no tuvo ningún detalle con su invitado, ni siquiera la más mínima cortesía. No tuvo el gesto habitual de lavarle los pies, o hacérselos lavar, dado que vendrían llenos del polvo del camino; ni siquiera lo saludó con el beso, muestra de hospitalidad. En cambio, aquella mujer, que estaba siendo menospreciada por el que se consideraba superior, tuvo no sólo gestos de educación, sino gestos llenos de amor, de detalle, de ternura.

No perdamos estos pequeños detalles en nuestra vida cotidiana. Tengamos gestos de ternura y cariño con quienes tenemos cerca, que es con quienes más se nos olvida. Pero también con esas personas a quienes nos dirigimos, a quienes servimos. No hagamos las cosas de cualquier manera. Pongamos a todo, el sello de la delicadeza, el amor, la ternura. Hagamos de cada gesto, algo especial e inolvidable.” (Jacqueline Rivas, Hesed)


MÁXIMA
El amor se manifiesta en los detalles


Me hablarán no como a un superior al que se teme, sino como a un padre de quien se conoce la indulgencia y la ternura, como a un amigo en cuyo seno se tiene necesidad de derramar toda su alma. Pobres hijos, los consolaré, los iluminaré, los tomaré en mis brazos, por miedo a que sus pies, como dice la Escritura, no tropiecen con una piedra; no es bastante decir, les daré calor en mi corazón” (condiciones para aprovechar el retiro)

Qué detalle, Señor, has tenido conmigo,
cuando me llamaste, cuando me elegiste,
cuando me dijiste que tú eras mi amigo.
Qué detalle, Señor, has tenido conmigo.

Te acercaste a mi puerta,
y pronunciaste mi nombre.
Yo temblando te dije:
aquí estoy, Señor.
Tú me hablaste de un Reino,
de un tesoro escondido,
de un mensaje fraterno
que encendió mi ilusión.

Yo dejé casa y pueblo
por seguir tu aventura;
codo a codo contigo,
comencé a caminar.
Han pasado los años
y aunque aprieta el cansancio,
paso a paso te sigo
sin mirar hacia atrás.

Qué alegría yo siento
cuando digo tu Nombre;
qué sosiego me inunda
cuando oigo tu voz.
Qué emoción me estremece
cuando escucho en silencio
tu Palabra que aviva
mi silencio interior.