San Mateo


Efesios 4, 1-7. 11-13
Salmo 18, 2-5

Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos y le dijo: Sígueme.
Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?Jesús, que había oído, respondió: No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

Para asombro de muchos, Jesús decide llamar a su seguimiento a un hombre considerado pecador y traidor por el pueblo, lo cual es una demostración de la sensibilidad del Señor por los rechazados por su oficio, debilidad o condición social. En una sociedad acostumbrada a crear muros y no puentes, a condenar fácilmente antes que a disculpar, ese gesto es una provocación. Jesús no sabe de separaciones y menos en nombre de Dios.

Los apóstoles llamados antes que Mateo deben haber cuestionado mucho esto de compartir vida con un vendido a los romanos. Ahora en lugar de criticar y excluir al publicano por impuro y traidor, deben aceptarlo en el seno de la comunidad como un hermano y considerarlo como don de Dios. Su presencia hace de la comunidad un signo de salvación para todos: Si este hombre puede ser discípulo de Jesús, todos pueden serlo, todos pueden salvarse. Al maestro parece no interesarle su pasado. Hay mucho futuro por construir.

A Jesús le gusta poner todo al revés. Pero es que, como bien lo dijo muchas veces, vino a salvar lo que está perdido, a acoger a los que nadie considera y a declarar con nitidez que los privilegiados de Dios son los olvidados de los hombres, los ‘nadies’.

Tampoco para Mateo debe haber sido fácil. Tuvo que dejar su carrera que le proporcionaba una vida económicamente estable y segura, por un andar errante detrás de un maestro con un proyecto que seguramente aún no entendía mucho. También tuvo que desestructurarte y dejar preconceptos, codeándose con gente que no era de su nivel social, aceptar costumbres distintas, vivir la inseguridad sin la protección de soldados, vivenciar de cerca las necesidades que tantos padecían en su pueblo. Pero la presencia, las obras y las palabras de Jesús lo convencieron, como a los otros apóstoles. (Cf Web Boosco)

Jesús nos cuestiona:
¿Todos pueden ser comunidad con nosotros?
¿Qué estamos dispuestos a dejar por seguir a Jesús?


Que el Señor se digne hacer de ustedes hombres según su corazón, entregados a su Iglesia, desprendidos de ustedes mismos, pobres de espíritu, humildes, celosos, dispuestos a emprender cualquier cosa, y a sufrir todo por publicar su palabra, extender su reino y alumbrar en el mundo ese fuego divino que Jesucristo ha venido a traer, ese fuego purificador y vivificador, ese amor inmenso, inenarrable, que es la vida celestial. Están llamados a algo grande; tengan, sin cesar, ante sus ojos esta alta vocación, para trabajar y hacerse dignos de ella.  (Retiro de los Hermanos, S VII, 2297)

Jesús, te seguiré,
donde me lleves iré.
Muéstrame ese lugar donde vives.
Quiero quedarme contigo allí.

Escuchando tus palabras
algo nuevo nace en mí.
Es que nadie nos había venido
a hablar así.
Ahora veo claro:
La verdad está en ti.

Hoy he visto como se aman
los que viven junto a ti.
Hace tiempo que sediento
había querido amar así,
Ahora siento que tu amor
viene hacia mí.

Hoy he visto a los leprosos sanos
y a los ciegos ver.
Hasta el pan multiplicaste
para darnos de comer.
¡Oh, maestro bueno,
todo lo haces bien!