Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás


Proverbios 30, 5-9
Salmo 118, 29. 72. 89. 101. 104. 163

Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.
Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.
Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos.
Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.

Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras, precisas. Los desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que serían más fáciles de leerlas simbólicamente o “espiritualmente”. Pero Jesús es bien claro. No les dice: “Hagan como que…” o “hagan lo que puedan”.

Recordemos juntos esas recomendaciones: “No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero… permanezcan en la casa donde les den alojamiento”. Parecería algo imposible. Podríamos concentrarnos en las palabras: pan, dinero, alforja, bastón, sandalias, túnica. Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: Hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: “Permanezcan donde les den alojamiento”. Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquél que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar.

Jesús no los envía como poderosos, como dueños, jefes o cargados de leyes, normas. Por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón: El suyo, y ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar”. (Papa Francisco, 12 de julio de 2015).


MÁXIMA
La hospitalidad es signo del cristiano


¿Conoces la historia de esa buena persona que nos es desconocida, pero que en agradecimiento por los servicios que le había prestado mi padre, hace cincuenta años, ha pagado la multa de 2000 f. a la que Féli ha sido condenado? Este hombre, por lo que parece, se había embarcado en 1790 para pasar a Inglaterra. Naufragó en la zona de Saint Brieuc y de allí fue transportado enfermo al hospital de San Malo. Su cama se encontraba al lado de la de un pobre que le habló de mi familia, a la que él llamaba la providencia del país, y sin otra recomendación el náufrago se presentó en nuestra casa. Estábamos a la mesa, se le hizo sentar, se le prodigó toda clase de cuidados y tres meses después se marchó sin que desde entonces nosotros hayamos tenido noticias suyas. He aquí que lo encontramos hoy y quiere compartir la condena de mi hermano, cargando con la pena fiscal. Pero, Dios mío, no es esta condena la que más me aflige, aunque el gesto sea hermoso y conmovedor. (A Lucinière, 24-01-41)  

Todo empezó un día
al iniciar la universidad.
Cuando James supo
de un compañero en necesidad.
Y aunque en su casa casi no había nada,
le dijo que andara a ver qué pasaba.

La mamá de James lo esperaba para almorzar.
Aquel día había aún más poco de lo normal.
Tremenda sorpresa al abrir la puerta
y ver a su hijo, con visita hambrienta.

Sigan al Sancocho, entren a la fiesta
y que los abrigue el fogón de leña.
Sigan que a la mesa la bendice Dios
y si hay para uno habrá para dos.

Al día siguiente volvió, la madre, a cocinar
y James de nuevo regresó a la universidad.
Y al salir de clase vio que tenían hambre
cuatro melenudos que estudiaban arte.

La mamá contenta porque ese día correspondía
un poco de carne, que era un lujo en su economía.
Corrió cuando James la llamó a la puerta
y al abrir quedó de una sola pieza.

Sigan al Sancocho entren a la fiesta,
y que los abrigue el fogón de leña.
Sigan que a la mesa Dios la hará crecer
y si hay para uno, habrá para seis.

Han pasado años, ya casi James se va a graduar.
Media U lo espera parada frente a la facultad.
Todo el mundo sabe que el que tenga hambre
las puertas abiertas tienen donde James.

La pobre mamá es la más feliz con la situación
y todos los días ansiosa espera su batallón.
Prepara la olla, se agarra la moña,
y al picar cebolla, de alegría llora.

Sigan al Sancocho entren a la fiesta,
y que los abrigue el fogón de leña.
Sigan que el Señor hoy va a multiplicar,
y si hay para uno, para cien habrá.
Sigan al Sancocho que la biblia dice
que aquella comida
es Cristo mismo quien la recibe;
que, por dar su amor, nos reconocería,
que al servir al otro, Dios sonreiría;
que nos ha salvado
y ya no podemos ser egoístas.