San Francisco de Asís

Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5
Salmo 138, 1-3. 7-10

En aquel tiempo Jesús exclamó: ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza.
Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.
El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió.

Nuestra lectura del Evangelio de hoy describe la reacción de Jesús al ver la falta de fe en lugares donde esperaba ver una gran fe. Jesús había viajado a los pueblos de Galilea donde había realizado la mayoría de sus curaciones y milagros. Los nombres de tres de ellas se mencionan en nuestra breve lectura: Betsaida es donde Jesús predicaba a menudo; Cafarnaúm era el hogar de algunos de sus discípulos, como Pedro y Andrés, Santiago y Juan; Corozaín, cerca de Cafarnaún, no se menciona en ninguna otra parte del Evangelio.

Jesús estaba decepcionado por la falta de fe de la gente de estos lugares. Dice que no eran mejores que las ciudades paganas de Tiro y Sidón. Mientras que Jesús expresó su decepción en lugares en los que habría esperado ver buenas muestras de fe, a menudo se enfrentó a una fe asombrosa de gente completamente inesperada. Pensemos, por ejemplo, en el centurión romano, en la mujer siro-fenicia o en la samaritana, todos ellos «paganos» pero con una gran fe.

Todos experimentamos decepciones y sorpresas en nuestro camino. La lectura de hoy muestra que las decepciones también formaron parte del ministerio de Jesús. Por muy bien que planifiquemos nuestra vida, tendremos decepciones, pero también algunas hermosas sorpresas que pueden hacernos más felices de lo que esperábamos. Para no desilusionarnos demasiado en la vida, quizá deberíamos avanzar con menos expectativas, pero con más convicción de que todos pueden ser llevados (de vuelta) a la fe.


MÁXIMA
No seas sordo a las palabras de Jesús


La primera disposición que pide de ustedes la santidad de esta palabra, cuando vienen a escucharla, es un deseo de que ella les sea útil. Antes de venir a nuestro templo, deben dirigirse al Padre de las luces para pedirle un corazón dócil.
La segunda actitud que deben tener para escuchar la palabra de Dios es de dolor y de aflicción, fundada en los pocos frutos que han sacado de tantas verdades escuchadas, de tantos movimientos de arrepentimiento que el Señor ha obrado en sus corazones por el ministerio de la palabra de Dios y que no han tenido éxito para su salvación; de tantas piadosas resoluciones inspiradas en este lugar santo, que parecían prometer un cambio de vida y que han fracasado ante el primer escollo” (Sermón sobre la Palabra de Dios)

Escucha          
lo que el Señor te pide:
Es tan sólo que practiques la justicia,             
es tan sólo que ames con ternura,
es tan sólo que camines
humildemente con tu Dios. 
(Miqueas 6,8)