Nuestra Señora del Pilar – Beato Carlos Acutis


Gálatas 3, 22-29
Salmo 104, 2-7

Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: ¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!
Jesús le respondió: Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.

¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios!

Algunos exégetas se preguntan si este breve relato no será una variante del otro en que la madre y los hermanos de Jesús fueron a buscarlo a él (Lc 8,19-21) (E. Klostermann). Hay quienes descartan esta hipótesis (J.A. Fitzmyer). Sea lo que sea de esta cuestión, el hecho es que la respuesta de Jesús en ambos casos es la misma: la mayor grandeza y la mayor dicha es escuchar la palabra de Dios y cumplirla. Eso es más importante en la vida que incluso tener la relación de parentesco más íntima que se puede tener con Jesús, la relación “madre-hijo”.

Pero, ¡atención!: lo decisivo no es “oír” la palabra de Dios, sino “cumplirla”. O sea, lo decisivo es que la Palabra de Dios se constituya en el principio determinante y organizativo de nuestra vida. Hay que recordar aquí que, en las culturas del antiguo oriente, la palabra no tenía principalmente la función de signo que transmite un conocimiento, sino que se consideraba como una fuerza transformaba el ámbito que penetraba. Toda la Biblia se ha de entender desde este punto de vista. De ahí que integrar la Palabra de Dios en la propia vida es más determinante que ser de la misma familia de Jesús.

Pero hay algo más fuerte aún. Según el Nuevo Testamento, La Palabra de Dios es Jesús. Esto ya se dice en los sinópticos (Mc 4,14ss; Lc 5,1…) Pero, sobre todo, es en el evangelio de Juan en el que se afirma que la Palabra se ha hecho carne (Jn 1,14), es decir, La Palabra de Dios se ha hecho humanidad. Lo cual es como decir debilidad, bondad, cercanía humana, amor, Por eso, lo que en definitiva afirma Jesús -y en o que insiste- es que lo más importante en la vida es ser profundamente humano. Esto es lo que importa de verdad. Porque es mediante nuestra humanización como encontramos a Dios, de la misma manera que haciéndose humano es como Dios nos encontró a nosotros.


Hijos míos, se los repito, escuchen a Dios, inclinen su corazón a las palabras de su boca; que caigan en él como un dulce rocío. (Medios para aprovechar un retiro)

Haz de mi vida bienaventuranza
 pon en mi mirada misericordia
 Abre mis manos
 para dar sin precio,
 y pon, pon en mi boca tu Palabra.

Trae a mis cadenas, tu liberación:
pon en mis engaños, tu verdad profunda;
pon en mi cobardía,
tu evangelio valiente,
 y pon, pon en mi boca tu palabra.

Palabra que me inquieta,
Palabra que me llama,
Palabra que me llena,
Palabra que me abrasa
Palabra que pronuncio;
y todo cambia,
la tierra late con tu Palabra.
Palabra recibida,
Palabra proclamada,
Palabra que me hiere,
Palabra que me sana,
Palabra que se encarna,
y todo cambia,
la tierra late con tu Palabra.

Hazme compasivo,
fiel hasta la cruz.
Conduce mis pasos,
firme tras tus huellas.
La noche más oscura
enciende con tu presencia,
y pon, pon en mi boca tu Palabra.


Carlo Acutis fallece a tan sólo 15 años de edad a causa de una leucemia fulminante, dejando en la memoria de todos los que le han conocido un gran vacío y una profunda admiración por el que ha sido su breve y a la vez intenso testimonio de vida auténticamente cristiano. Desde que recibió la Primera Comunión a los 7 años de edad nunca ha faltado a la cita cotidiana con la Santa Misa. Siempre, antes o después de la celebración eucarística, se quedaba delante del Sagrario para adorar al Señor realmente presente en el Santísimo Sacramento. La Virgen era su gran confidente y nunca dejaba de honrarla rezando cada día el Santo Rosario. La modernidad y la actualidad de Carlo conjugan perfectamente con su profunda vida eucarística y devoción mariana, que han contribuido a que llegase a ser un chico muy especial al que todos admiraban y amaban.

Citando las palabras de Carlo: “Nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito. El Infinito es nuestra Patria. Desde siempre el Cielo nos espera”. Suya es la frase: “Todos nacen como originales pero muchos mueren como fotocopias”. Para dirigirse hacia esta Meta y no “morir como fotocopias” Carlo decía que nuestra Brújula tiene que ser la Palabra de Dios, con la que tenemos que confrontarnos constantemente. Pero para una Meta tan alta hacen falta Medios muy especiales: los Sacramentos y la oración. En especial, Carlo situaba en el centro de su vida el Sacramento de la Eucaristía que llamaba “mi autopista hacia el Cielo.

Resumiendo, era un misterio este joven fiel de la Diócesis de Milán, que antes de morir ha sido capaz de ofrecer su sufrimiento por el Papa y por la Iglesia… (Card. Angelo Comastri)