Gálatas 2. 1-3. 6-14Salmo 116, 1-2
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.Él les dijo entonces: Cuando oren, digan:Padre, santificado sea tu Nombre,que venga tu Reino,danos cada día nuestro pan cotidiano;perdona nuestros pecados,porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden;y no nos dejes caer en la tentación.
La gran revelación de Jesús fue la de decirnos que Dios no es un ente lejano y frío, ni un juez exigente hasta en lo mínimo, ni un ser caprichoso que vive de fiesta en su Olimpo, olvidado de los hombres. Los judíos consideraban a Dios como Señor soberano y poderoso y el fiel temblaba y se postraba frente a su misterio insondable. Las griegos y romanos creían en muchos dioses que poco se interesaban de los hombres. Jesús, en cambio, nos ha mostrado a Dios como Padre amoroso, preocupado por la suerte de sus hijos. Y es Padre de todos. Es nuestro Padre.De allí la exigencia de vivir como hermanos, porque en Cristo a cada uno nos dice: “Tú eres mi hijo muy amado”. El «nuestro» que sigue a «Padre» no sólo define a Dios, identifica también al hombre con su credencial de identidad: Hijo de Dios, hermano de todo hombre. Y porque lo reconocemos como Padre nuestro, queremos que reine entre nosotros. Cuando decimos “venga a nosotros tu Reino”, no hablamos de la vida futura y eterna en su casa, ni de restaurar el poder de la Iglesia en el mundo, ni de ese reino que Juan y Santiago querían al pedir sentarse a su derecha e izquierda. Pedimos un mundo donde reine la paz y el amor, donde todos podamos vivir como hermanos, donde haya lugar para todos, donde los más débiles sean los privilegiados, donde el poder se ejerza en el servicio. También donde el ‘pan de cada día’ sea pan para todos y donde el perdón sea la norma y la venganza un triste recuerdo de épocas pasadas. Pedimos también ser libres del mal, de todo mal, de toda injusticia, de toda mentira, de toda rivalidad.Pero, ‘a Dios rogando y con el mazo dando’. Estos dones no salen de una varita mágica de Dios, en un abrir y cerrar de ojos. Es trabajo, es responsabilidad, es misión de todos, de cada uno. No olvidemos, finalmente, que toda la oración ‘Padre Nuestro’, con sus plurales, desde el principio, con el «nuestro», hasta el fin, con el «líbranos», nos pone a rezar «en comunidad» como «Iglesia». Por eso, el discípulo de Jesús, no reza sólo por sí mismo, comparte también los riesgos comunes; toma parte en los peligros que corren todos sus hermanos. La Iglesia, cuya voz resuena en cada uno de sus miembros, tiene siempre que expresarse como comunidad, en la que todos comparten las necesidades, los temores y las esperanzas. (Cf Rafael Gallardo García, Reflexión sobre el Padre Nuestro)
MÁXIMADios es Padre de todos
Todos los días, hacen a Dios esta oración, al recitar el Padre nuestro: Danos hoy nuestro pan cotidiano. Pero ¿qué es este pan? ¿Es solo el pan material con el que alimentamos nuestros cuerpos? No, es, también, el verdadero pan de vida que sostiene el alma en medio de las pruebas de este mundo, es decir la santa Eucaristía” (Sermón sobre la comunión frecuente)
Padre que estás en el cielo,Padre nuestro, sea tu nombre por siempre santificado.Venga a nosotros tu amor,venga tu Reino. Hágase tu voluntad, aquí en la tierra y en el cielo. Danos el pan cada día,danos la paz y el perdón,si perdonamos nosotros, a quien nos causó dolor.Y no nos dejes caer en la tentación,de todo mal que destruye, líbranos.