Santa María Margarita Alacoque

Jesús dijo a los fariseos: ¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!
Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros.
Él le respondió: ¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!

Duro, muy duro el relato que Lucas nos hace de este episodio, en el que Jesús, se dirige a los fariseos que presumían de ser justos y cumplidores de la ley. Les reprocha que sus actos estén dirigidos realmente de cara a la galería, olvidándose de lo realmente importante.

Jesús enumera una serie de lamentaciones para denunciar dos deformaciones religiosas típicas: la hipocresía y la vanidad. Y es que cuando las personas se focalizan en el cumplimiento externo meticuloso, suele haber detrás un corazón olvidado de la justicia y el amor.

Lo que lo altera, lo que lo irrita en demasía es creer que con eso basta, pensar que se es perfecto por cumplir fielmente, sentirse por encima de los demás, juzgar a los otros porque son más débiles y no pueden hacerlo, creerse superiores y con derechos adquiridos frente a Dios. En definitiva, el cumplimiento perfecto de la ley los hacía creerse dioses. Y cuando te la crees, ya no necesitás a Dios, ni a los demás; y ya no hace falta darles una mano, ni pensar en el bien comunitario.

Este duro discurso de Jesús, también debe hablarnos algo hoy. Cuántos de nosotros nos convertimos en “Cristianos de Vitrina”. Nos gusta aparentar lo buenos que somos, colocarnos en sitios destacados para que nos vean, que la gente nos admire por lo que aparentamos ser y no somos. La hipocresía mantiene una apariencia engañadora.

¿Hasta dónde actúa en mí la hipocresía? ¿Hasta dónde actúa en nuestra Iglesia? (Cf. Boosco)


MÁXIMA
No te creas mejor que nadie.


No entiendo lo audaz que eres al pedirme un certificado de buena conducta. ¿No te hice yo mismo, en el momento de tu partida, los reproches que la gente te hace hoy? ¡Y te los mereces! ¡Lamentablemente eres un hombre deshonesto! Eso es lo que puedo certificar. (A un Hermano, 06-01-1850)

¿Qué hay en tu corazón
que haya sobrevivido,
que lleve puesto el ropaje
de cuando niño?
¿Qué hay en tu corazón
que llene de luz tu cara,
que haga brillar de fe tu mirada?
¿Qué hay en tu corazón
que tenga algo de rareza,
que sea como pasar
una puerta estrecha?
¿Qué hay en tu corazón
uniendo lo que más amas
con todo lo que en verdad
hace falta?

¿Qué hay en tu corazón?
¿Qué hay en tu corazón
sin miedo a la sensatez
ni alas circunstancias?
¿Qué hay en tu corazón
que mezcle paz y añoranza,
que tenga el sello indeleble
de la esperanza?

¿Qué hay en tu corazón
capaz de sentir asombro
y aquella humildad
que tiene el retorno?
¿Qué hay en tu corazón
creyendo aún en milagros
Y viéndolos suceder
a cada paso?

¿Qué hay en tu corazón, dime,
qué hay en tu corazón,
que sea la voz de Dios.

Diciendo tu nombre,
que tenga la candidez
de los primeros amores,
del viento cuando desciende
desde los montes?

Que sea soplo de vida
girando en un rincón,
gritando tu semejanza
 con el Señor.