San Pablo de la Cruz – Juan de Brébeuf e Isaac Jogues

Efesios 1, 15-23
Salmo 8, 2-7

Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que aquél que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios.
Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir.

Jesús fue un hombre controvertido. Y un hombre enjuiciado y juzgado. De ahí que tuvo amigos y enemigos. Los que se pusieron de su parte, y los que le negaron. Es decir, ante Jesús no cabe quedarse indiferente. Y, por tanto, la neutralidad es imposible.

Esto supuesto, lo importante para nosotros está en saber siempre que este proceso sigue adelante en la historia. De forma que ahora mismo hay personas que se ponen de parte de Jesús, lo mismo que hay quienes reniegan de él.  Evidentemente, esto no se hace en un juicio, se hace en la vida.  Hay quienes, con sus decisiones y sus hábitos de vida, afirman que Jesús tiene razón. Lo mismo que hay quienes viven y hablan de forma que a todas horas están diciendo que Jesús se equivocó. Los que organizan su vida para tener asegurada su fama, su poder, su dinero, su buena imagen, su seguridad a toda costa, todos los que hacemos eso (o algo de eso), quizá sin saber lo que hacemos, lo que realmente hacemos es decirle a todo el mundo que Jesús se equivocó. Que no le hagan caso a Jesús, ya que lo que importa es lograr aquello que rechazó Jesús. Así vamos por la vida… ¡Qué vergüenza y qué dolor!

La blasfemia contra el Espíritu Santo consiste en a postura obstinada, ciega y firme de oposición y enfrentamiento al Evangelio (A. Plummer, T.W. Manson), es decir, de oposición y enfrentamiento al ser humano, que ocupa el centro de las preocupaciones evangélicas. No olvidemos que, en la encarnación del Logos (que es Dios), el mismo Dios se ha fundido con el ser humano. Así las cosas, resulta lógico y coherente que blasfemar contra semejante proyecto sea imperdonable. No porque el Padre no quiera perdonar, sino porque el que blasfema así no quiere ser perdonado. ¿Qué le importa a él el perdón de eso que dicen que es Dios?

En este contexto de enfrentamiento y conflicto, Jesús advierte a sus discípulos que pueden se conducidos a la Sinagogas. Es decir, a un juicio religioso. Porque también puede ocurrir (y ocurre) que la religión tome decisiones y asuma formas de comportamiento que son auténticas agresiones al ser humano, a personas concretas. Y entonces, de acuerdo con lo que dice el Evangelio, se trata de agresiones contra el mismo Dios.


Por desgracia, un gran número de personas tienen sentimientos muy diferentes. Estos misterios que enamoran un corazón puro, son rechazados con desdén por espíritus cuyas pasiones ciegan y corrompen. ¿Cuál es el secreto de su incredulidad? No quieren comprender, tienen miedo a la verdad” (Sermón sobre la Navidad)