San Juan Pablo II

Efesios 2, 12-22
Salmo 84, 9-14

Jesús dijo a sus discípulos: Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!

«Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo grande, un deseo profundo: el de encontrarse con su Señor junto a los hermanos, a los compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice, se resume en un famoso dicho de Jesús: «Dónde está tu tesoro, allí estará también tu corazón». Para nosotros cristianos este horizonte es el encuentro con Jesús, el encuentro precisamente con Él, que es nuestra vida, nuestra alegría, lo que nos hace felices.

Para ello son necesarias varias actitudes fundamentales: el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a recogernos para llevarnos a la fiesta sin fin, como ya ha hecho con su Madre María Santísima, que la ha llevado al Cielo con Él». (Papa Francisco, 11 de agosto de 2013).

Pero como decía el H. Joaquín Blanco: “Es muy fácil vivir dormidos. Basta con hacer lo que hacen casi todos: imitar, amoldarnos, obedecer, ajustarnos a lo que se hace, repetir una y otra vez, resignarnos… Basta vivir buscando seguridad externa e interna. Basta defender nuestro pequeño bienestar, con frecuencia anclado en formas de vivir, de orar y de hacer misiones obsoletas… Y mientras tanto, la vida se va apagando en nosotros.

Llega un momento en que no sabemos ya reaccionar. Sentimos que nuestra vida está vacía y la llenamos de experiencias, información y diversiones. Nos falta vida interior y nos engañamos viviendo en movimiento continuo, agitados por la prisa y las ocupaciones. Podemos gastar la vida entera “haciendo cosas”, pero sin descubrir en ella nada santo ni sagrado.

Comenzamos a ser sabios cuando tomamos conciencia de nuestra estupidez. Empezamos a ser más profundos cuando observamos la superficialidad de nuestra vida. La verdad se abre paso cuando reconocemos nuestros engaños. El orden llega a nosotros cuando advertimos el desorden en que vivimos. Despertar es darnos cuenta de que vivimos dormidos. Lo importante para vivir despiertos es caminar más despacio, cuidar mejor el silencio y estar más atentos a las llamadas del corazón. Pero sin, duda, lo decisivo es vivir amando. Sólo quien ama vive intensamente, con alegría y vitalidad, despierto a lo esencial”.


MÁXIMA
«Donde está tu tesoro, está tu corazón»


Así, queridos hermanos, aunque sean muy jóvenes, deben pensar seriamente en la muerte, y prepararse cada día, puesto que su último día les es desconocido, como lo era para el buen hermano Ivo, del cual esta triste solemnidad nos recuerda su memoria. ¡Ay! ¿Quién le hubiera dicho, cuando estábamos reunidos en Auray, hace quince meses, que asistía por última vez al retiro, y que, al separarse de ustedes, al final de este piadoso ejercicio, se separaba para siempre? Queridos hermanos, aunque no viva ya en esta tierra, los lazos de la caridad que lo unían a la congregación no se han roto; vive en el seno de Dios, vive para no morir; y si él ha ido primero al cielo, es para protegernos allí con sus oraciones, y para que nuestra sociedad naciente tenga en su persona, cerca de Jesucristo un intercesor y en cierto sentido un patrón. (Exequias del H. Ivo)

Me detengo y me despierto
y te encuentro en lo bello de lo pequeño,
en lo que pueda parecer repetido.

Y me despierto a mí misma,
que respiro, que vivo y me fascino
porque todo me habla de Ti.

Hoy despierto a tu presencia.
Ven, Señor, te abro la puerta
de esta mi pobre casa.

Hoy despierto a tu presencia.
Ven, Señor, te abro la puerta.
Gracias por querer ser mi amigo.
¡Quédate!
Hoy despierto a tu presencia.
Ven, Señor, te abro la puerta.
Gracias por querer ser mi amigo
Estás aquí.

Hace falta que despierte,
que los ojos de mi espíritu con tu luz
me descubran que estás dentro de mí.

Hoy despierto a tu presencia.
Ven, Señor, te abro la puerta.
Sé que vives. ¡Eres tan real!
Hoy despierto a tu presencia.
Ven, Señor, te abro la puerta.
Gracias por querer ser mi amigo
¡Quédate!
Hoy despierto a tu presencia.
Ven, Señor, te abro la puerta.
Gracias por querer ser mi amigo.
¡Estás aquí!

Cada día, cada instante,
como un mendigo llamas a mi puerta.
Me suplicas que reconozca
las señales de tu amor.