Santa María Laura Montoya – San Rafael Guizar y Valencia

Efesios 2, 1-10
Salmo 99, 1-5

Uno de la multitud le dijo: Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia.
Jesús le respondió: Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?
Después les dijo: Cuídense de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas.
Les dijo entonces una parábola: Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo «¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha».
Después pensó: «Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida».
Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?»
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios.

El gran tema de hoy es la relación del hombre con los bienes. El Señor define la avaricia como una relación desordenada del hombre con los bienes en su necesidad de seguridad final. Pero, la vida del hombre no está asegurada por sus riquezas.

El corazón del hombre está hecho para la seguridad, para la tranquilidad, para la estabilidad para poder crecer y, como todas las energías que llevamos en el corazón, también estas se pueden desmadrar y llevarnos a la compulsión en búsqueda de seguridad, como el hombre del Evangelio. Todos llevamos dentro el peligro de que esa energía se salga de cauce. No hay quien no sea avaro; unos más, otros menos. El bichito está sembrado en todos los hombres desde el día del pecado original. El espejismo es querer saciarse donde no hay saciedad, pedirle a los bienes la seguridad que sólo Dios puede dar.

Al orar: “Danos el pan de cada día” ponemos en Él la seguridad, reconociendo una paternidad de la que viene toda providencia en la tierra y en el Cielo. La seguridad es un atributo absoluto de la paternidad divina. Las cosas, cuando se les pide todo, reflejan un final vacío, un espejismo. El hombre de la parábola tiene un diálogo amoroso con los bienes, no con Dios. Le cierran los números económicos, pero su vida está en quiebra porque la muerte le llegó mucho antes que la sentencia: “Insensato, esta noche vas a morir…” Ya estaba muerto, porque su corazón estaba hecho del tamaño de las cosas que poseía. Se empequeñece la vida, cuando el corazón se construye según el objeto, cuando tomamos la forma de lo que ansiamos como absoluto.

Sólo a partir de gustar las maravillas de los grandes bienes superiores se descubre el vacío final de las cosas. Jesús nos advierte de cuidarnos de la avaricia que va a estar siempre pujando para complicarnos la vida. La ley de la existencia es la inseguridad y no debe ser un problema, sino un motor que nos lleve a la conciencia de ser hijos de un Padre amoroso, como un niño que adquiere la seguridad en su padre. Sólo quien no se siente seguro se abre a la filiación como un niño.

Jesús nos invita a pedir al Padre “el pan de cada día” que Él lo proveerá. Deberíamos hacer un examen de conciencia para ver si la vida espiritual y afectiva nos llevan a una plenitud donde no hacen falta tantas cosas. Tantos bienes materiales se necesitan, tanta pobreza espiritual tenemos. El camino del des-apego es consiguiente a una plenitud interior”. (Padre Pablo Rojas)


MÁXIMA
La riqueza plena está sólo en Dios


Intenta elevar tu alma y desprenderla de todo afecto terrestre; el apego a un lugar más que a otro, el echar en menos vivamente ciertos consuelos humanos, son grandes miserias; morir al mundo y a ti mismo es por el contrario la vida, la alegría, la verdadera dicha; un cristiano y con mayor razón un religioso, debe verlo todo, juzgarlo todo a la luz de la fe y pensar que lo que es contrario a sus gustos, a sus deseos naturales es lo que mejor que puede sucederle en el orden de la salvación. Dirige todo a Dios, querido hijo; no hagas nada más que en vista de la eternidad; que éste sea tu único pensamiento” (Al Hno. Cesario, 6 enero 1846)

¡Qué triste debe ser llegar a viejo
con el alma y las manos sin gastar!
¡Qué triste integridad la del pellejo
que nunca se jugó por los demás!
­¡Qué triste debe ser tener de todo
si hay tantos que se venden por un pan!
¡Qué triste soledad de cualquier modo
la que nace de la desigualdad!

Por eso estoy aquí cantando,
por eso estoy aquí soñando,
con el hombre feliz, el hombre nuevo,
el hombre que te debo, mi país. (bis)

­¡Qué lindo que es tender siempre la mano
y saber que es posible la amistad!
­¡Qué lindo procurar para mi hermano
lo mismo que procuro yo alcanzar!
­¡Qué lindo que es jugarse con los otros
detrás de lo inhumano de un jornal!
­¡Qué lindo que es perderse en el «nosotros»
del pueblo, que es la única verdad!

MARÍA LAURA DE JESÚS MONTOYA (1874-1949) fue una docente, escritora y misionera colombiana fundadora de la Congregación de las Misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena. De niña, por el asesinato de su padre y la pobreza familiar, vivió en un orfanato. En 1893 se graduó como maestra, llegando a ser directora. A los 39 años, junto con unas compañeras, fue a trabajar con los indios Emberá y a partir de allí dedicó toda su vida al apostolado y las misiones. En 1914 fundó la congregación, dedicándose a los indígenas y los de raza negra. Falleció en Medellín y fue canonizada por el papa Francisco en el año 2013.
RAFAEL GUIZAR Y VALENCIA (1878-1938) fue un sacerdote y obispo mexicano que se desempeñó como tal en Veracruz, entre 1919 y 1938. Es el primer obispo hispanoamericano canonizado. Durante las batallas de la Revolución Mexicana, disfrazado de vendedor, actuó, de manera oculta, como sacerdote ayudando a los soldados moribundos y dándoles los auxilios espirituales de la Iglesia. Fue director espiritual y catedrático del Seminario de Zamora y canónigo de la Catedral. Sufrió destierro por causa de la persecución religiosa de los presidentes Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. También viajó como misionero a Cuba, Guatemala, Colombia y el Sur de los Estados Unidos. Murió en la ciudad de México y fue canonizado en el año 2006 por Benedicto XVI.