Beato Miguel Rúa

Efesios 5, 21-33
Salmo 127, 1-5

Jesús dijo: ¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas.
Dijo también: ¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.

la imagen que Jesús utiliza es la de semilla de mostaza, que es muy chiquita, pero cuando se siembra y crece se convierte en un gran arbusto que sirve de cobijo para las aves del cielo. Luego también añade la comparación de la levadura que una mujer mezcla en una gran cantidad de harina. Lo que parece pequeño, lo que se muestra insignificante, tiene en su interior una fuerza vital que cambia la realidad de las cosas.  El Reino de Dios es así, sencillo, silencioso, pasa desapercibido, pero está.

 De estas parábolas, aprendemos a valorar, aprender y reconocer que la vida de Jesús, su reino, en lo personal y comunitario va creciendo silenciosa y hasta a veces ocultamente; no es algo que podemos alcanzar y producir sólo a partir de ciertas acciones o palabras, sino que es una realidad que va fecundando, que va creciendo y que necesita de fe y paciencia.

Cuánto nos cuesta a veces confiar y ser pacientes con los procesos de Dios en nuestra vida y en nuestras comunidades, queremos cambiar ya, queremos y deseamos que todo se transforme ya, exigiéndole incluso al Señor cambios mágicos e inmediatos. Sin embargo, el Señor es amigo de los procesos de crecimiento, es amigo de la fecundidad, de ir transformando y haciendo fecunda tu vida, tu corazón, tu comunidad, desde lo pequeño, desde lo oculto, desde el silencio.


MÁXIMA
En lo sencillo está Dios


El relato que me hacen de todo el bien que se realiza en nuestras escuelas me llena de una dulce alegría, es para nosotros un nuevo motivo para esperar que esta obra crecerá como el grano de mostaza del evangelio, que se convirtió en un gran árbol. Pero es necesario un poco de paciencia y saber esperar los momentos de Dios. (ATC III p. 247)

¿Qué tendrá lo que es pequeño
que a Dios siempre tanto agrada?
Gotitas forman los mares
con sus paisajes de plata.
Puntitos llenan el cielo
en una noche estrellada.
De unos granitos de trigo
se hace un Dios en la hostia santa.

Y que hay más pequeño, nada.
¿Qué hay más grande y sublime
que el mar con sus ondas bravas,
que el cielo con sus misterios
y Dios a quien nadie alcanza.

¿Que tendrá una sonrisa
una atención prodigada,
con algo más de dulzura,
una sencilla palabra?
Dejar todo en el momento
en que a ti alguien te llama.
Decir un sí que nos cuesta,
sorber tal vez las lágrimas.

Tienen el poder de Dios
escondido entre sus mallas.
Por raíz el heroísmo
y por flor la exuberancia,
de todo lo que es virtud,
porque todo ahí se encuadra.
Y lleva oculta la grandeza
de todas las almas santas.

Aquellos que lo desprecian,
perlas al aire desparraman.
No harán nunca nada digno
de coronarse con palmas.
No harán mares, no harán cielos,
no harán dioses de las almas.

¡Qué tendrá lo pequeño
que a Dios tanto le agrada!