Todos los fieles difuntos

1ª Corintios 15, 51-57
Salmo 129, 1-8

El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se le aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día.
Y las mujeres recordaron sus palabras.

El relato de Lucas elegido para la fiesta de los fieles difuntos es toda una pedagogía que nos acerca a acoger a la mejor comprensión de la experiencia de la resurrección. No relatan ni describen de forma precisa como fue la resurrección de Jesús, sino que solo la afirman, como una experiencia de fe ¿Cómo avanzar del desconcierto de la tumba vacía, a la fe de reconocer a Jesús resucitado? Jesús se manifiesta en la medida que el otro puede recibir y descubrir.

Las mujeres, primeras testigos del resucitado en el cuarto evangelio, son las que experimentan y aprenden a ver la realidad de otra manera. La expresión “al tercer día”, hay que interpretarlo de forma simbólica, como un tiempo indeterminado, el necesario para tomar conciencia en los discípulos y en la comunidad la fe sobre la resurrección. Aceptar y confiar requiera su proceso, que no es el mismo en todos/as, y que no se impone. Pero nos ayuda a afrontar el desconcierto “del sepulcro vacío”, y las dudas “son cosas de mujeres” …

“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” El sepulcro no es el lugar donde vamos a encontrar a Jesús. Son ellas, las mujeres, impulsadas por los hombres de “vestiduras brillantes”, las primeras en dar ese “salto del desconcierto a la fe en el resucitado” y aprender a ver la realidad de otra manera, comienza un giro distinto: ya no se trata de seguir a Jesús y servirle materialmente; sino de de una manera nueva: a través del anuncio de su resurrección, por eso ellas se ponen en camino e inmediatamente van anunciar a los demás discípulos la Resurrección del Señor.

Para quienes aceptan y confían, la comunidad, las escrituras (La Palabra de Dios), y el compartir la mesa (la eucaristía), se convierte en ese camino que nos ayuda a pasar del “desconcierto de sepulcro vacío” a “la fe de reconocer a Cristo resucitado” en nuestras vidas.


Los abrazo de todo corazón, hijos míos, y les deseo a todos un año muy santo, lleno de méritos para el cielo. No tengamos otro deseo que el de encontrarnos allí todos a la hora de la muerte y de vivir juntos durante la eternidad. ¡Amén! (ATC IV p. 182)

Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos
carne de un ciego destino.
Tú nos hiciste, tuyos somos,
nuestro destino es vivir
siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.

Cuando la pena nos alcanza
por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido
busca en la fe su esperanza.
En Tu palabra confiamos
con la certeza que Tú
ya le has devuelto a la vida
ya lo has llevado a la luz.

Cuando, Señor, resucitaste,
todos vencimos contigo.
Nos regalaste la vida
como en Betania al amigo.
Si caminamos a tu lado
no va a faltarnos tu amor,
porque muriendo vivimos
vida más clara y mejor.