Santos Zacarías e Isabel – Santa Ángela de la Cruz

Filipenses 2, 5-11
Salmo 21. 26-32

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos.
Uno de los invitados le dijo: ¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!
Jesús le respondió: Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: Vengan, todo está preparado.
Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: «Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes». El segundo dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes». Y un tercero respondió: «Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir».
A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, este, irritado, le dijo: «Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos».
Volvió el sirviente y dijo: «Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar».
El señor le respondió: «Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”.

Jesús está hablando del banquete del Reino, al cual todos estamos invitados, pero no obligados a participar. El Padre Dios abre sus puertas para agasajarnos, pero hay gente que no desea compartir su mesa con Él y pone excusas diversas con tal de no ir a la fiesta.

En este caso Jesús está enojado con los jefes judíos, que son los primeros que deberían acudir a la cita, por ser parte del pueblo elegido. Pero, no aceptan la invitación. La gente sencilla sí ha escuchado la invitación y acude. Es la gente que sigue a Jesús, que confía en Él, que lo busca porque lo necesita. Los poderosos jefes judíos no sentían necesidad de sus milagros y, menos, de su enseñanza.

No creamos que la invitación a la casa del Padre es sólo para nosotros, los cristianos, que nos bautizamos, escuchamos la Palabra de Dios y le rezamos diariamente. Es para todos, aun para aquellos que no quieren saber nada con Él. Dios “hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45), no discrimina y sale por los caminos del mundo a invitar a sus hijos. Su casa siempre está abierta para recibir y agasajar a quienes quieran entrar.


MÁXIMA
Dios no se cansa de invitarnos


Pronto nos encontraremos, nos veremos con todos los que nos han precedido con el signo de la salvación; nos reuniremos con ellos para siempre, en la casa del Padre. Allí, no habrá separaciones, ni angustias, ni lágrimas: ¡Oh, que hermosa esperanza! (A Senfft)

Amigos de América Latina
les invito en esta melodía,
a la gente bonita, tan llena de vida,
que nunca se da por vencida.

Si hay tristezas que tú no comprendes
y gobiernos que olvidan la gente,
tengo una fuente,
que tiene sabor a alegría eternamente.

Parce si te sientes perdido
y que la vida no tiene sentido,
te invito, mi amigo,
que eches tus cargas a los pies de Cristo.

Mi casa es tu casa,
todo lo que tengo es tuyo.
Aquí en la tierra nosotros
cantamos alegres como en los cielos.

La vida es una fiesta.
Queremos que todos vengan
porque Cristo te ama, renueva tu alma;
pero ya tú lo sabes.

En el cielo no hay hospital,
no hay motivo para llorar,
no hay mentiras, heridas.
Estoy convencido que vamos pa’ arriba.

Me está preparando un lugar,
una fiesta que no va a parar.
Sólo vente conmigo,
ya estamos listos, disfruta a Cristo.